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El Gobierno ganó tiempo postergando el dictamen al proyecto opositor de Ganancias

Con el apoyo de gobernadores, el oficialismo consiguió frenar el dictamen en comisión, postergándolo al menos una semana. Massa acusó al gobierno de ejercer “terrorismo fiscal” y hay pase de facturas dentro del FpV.

Hasta el martes, el bloque del Frente para la Victoria-Partido Justicialista descansaba sobre la seguridad de que, con el apoyo del Frente Renovador y otros bloques minoritarios, contaba con bancas más que suficientes para conseguir que se convierta en Ley el proyecto de modificación del impuesto a las ganancias redactado por Áxel Kicilloff y Marco Lavagna que Diputados aprobó la semana pasada.

Sin embargo, el miércoles, el oficialismo hizo uso de una carta con la que el bloque liderado por Miguel Ángel Pichetto no contaba: frenar el proceso antes de que llegue a la Cámara, apelando a los gobernadores que forman parte de la Comisión de Presupuesto. Allí, de las nueve firmas necesarias para que el proyecto obtenga dictamen, el peronismo sólo pudo sumar cuatro: las de Graciela De la Rosa (Formosa), Pedro Guastavino (Entre Ríos), Omar Perotti (Santa Fe) y la del presidente de la Comisión, Juan Ábal Medina.

En vano, el ex Jefe de Gabinete intentó convocar a los que faltaban, apelando a propios y ajenos. El jueves, con todas las cartas sobre la mesa, debió reconocer la efectividad de la maniobra orquestada por el Ministro del Interior, Rogelio Frigerio. "Nunca tuvimos el número necesario para el dictamen”, reconoció.

Las firmas que le faltaron en la Comisión de Presupuesto, inicialmente, fueron dos: las del gobernador salteño Juan Manuel Urtubey y la del senador catamarqueño Dalmacio Mera. Ambos provenientes de provincias mineras, nunca vieron con buenos ojos la reintroducción de las retenciones que incluye el proyecto opositor, y fueron los primeros en saltar a la convocatoria de Frigerio para pausar y renegociar la iniciativa. Junto a ellos, se retiraron también el correntino Carlos Espínola y el misionero Juan Irrazabal.

La quinta firma faltante fue la más sorpresiva. La santacruceña Esther Labado, -leal a Alicia Kirchner- fue una de las que más fervientemente bregó por que se obtenga el dictamen y se unió a Pichetto reclamando que el proyecto se tratase igual, sin la mayoría. Inclusive, apoyó el manotazo del líder de la bancada kirchnerista, que quiso forzar las nueve firmas pidiendo que se relevase a Urtubey y Mera de la Comisión. Sin embargo, pasado el calor del momento, salió a la luz que Labado en realidad nunca había estampado su firma, a pesar de haberse quedado en el recinto.


La clave fue la presión sobre las Provincias

El éxito de la maniobra se debe a la rápida respuesta que tuvo el Gobierno tras el golpe recibido en el Congreso. Mientras Kicilloff y Massa intentaban capitalizar el resultado de la votación, mostrando a un peronismo-FpV reunificado y un Frente Renovador plantado en la oposición y emancipado del papel de escribano de Cambiemos, el oficialismo se embarcó en una contraofensiva sin cuartel.

Del Presidente para abajo, se intensificó la presión sobre los Gobernadores para que frenasen la aprobación de la Ley. Sin medias tintas, amenazó con que en caso de que se apruebe el proyecto opositor de reforma del impuesto a las Ganancias, se reducirían a la mitad los fondos para obra pública y los giros a las provincias. En la misma entrevista, apeló a "la sensatez de los senadores que velan por las cuentas públicas".

Paradójicamente, les recordó a los gobernadores peronistas que "por algo perdieron una elección, porque la gente quería un cambio", a la vez que se anotaba una victoria política usando una estrategia sacada textual del manual político del kirchnerismo: disciplinar con la caja.

El Frente Renovador fue el primero en poner el grito en el cielo, y acusó al Gobierno de intentar torcer las voluntades políticas de las provincias ejerciendo terrorismo fiscal. "Disciplinamiento es cuando uno consigue, sin reprimir, solo con mostrar el poder que tiene o de tenerlo en la mesa de luz... es `te transfiero o no te transfiero´,y se produce la autocensura del gobernador y del senador, porque no saben qué puede venir". Siguiendo con la línea de las paradojas, quién enunció la frase fue Félipe Solá, gobernador bonaerense durante la presidencia de Néstor Kirchner, cuyo virtuosismo en la materia le permitió pasar de ser el presidente electo con menos votos de la historia a ser el padre del movimiento político más importante desde el regreso de la democracia.

 

Toda la artillería apuntó contra Massa

El líder del Frente Renovador fue el blanco de la contraofensiva presidencial tras el deslate en Diputados. Lo llamó "impostor” e "irresponsable”, sepultó la alianza legislativa; y dio comienzo a la carrera hacia las elecciones del 2017 –y también, las próximas presidenciales-, buscando plantar a Cambiemos como la única opción no peronista.

La derrota en la Cámara de Diputados fue un punto de inflexión para el Gobierno, que en una semana parece haberse mostrado dispuesto a abandonar el estilo gerencial y apolítico que le es característico, que le sirvió para conseguir la presidencia en las urnas, pero que durante todo el año le significó un elevado costo cada vez que se hizo evidente que es imposible dedicarse a la política sin hacer política.

Tras la votación, el timonazo fue instantáneo. El oficialismo sabe que sus posibilidades para las próximas elecciones no le dejan margen para relajarse, y sabe también que su propuesta de cubrir los baches políticos con éxitos resonantes en materia de administración y desarrollo económico depende de la voluntad de los grupos de capital de invertir en su gestión. Gestión que quedaría severamente debilitada –y con ella, el plan económico- ante un resultado adverso en las próximas elecciones de medio término.

La estrategia inicial, favorecida por la propia naturaleza tribal del peronismo, fue la de intentar profundizar el golpe sufrido por el arco justicialista en las presidenciales. Bajo la óptica PRO de buscar el diálogo sin mirar a las banderas, se intentó colaborar en el proceso de desintegración del peronismo que quedó huérfano tras la derrota del Frente para la Victoria. La foto buscada: un Cambiemos sólido, con el Frente Renovador como opositor razonable y un peronismo atomizado y caótico. La foto de Massa junto a Kicilloff celebrando una victoria contra el Gobierno cambió los planes: ya no existen aliados tácticos, existe un enemigo estratégico. Para 2017, y también para 2019, existe el peronismo, y en la vereda de en frente está Cambiemos. La grieta es demasiado ancha como para que en el medio baile un malabarista.

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