Esteban Echeverría |

El pintor de las cosas nuestras

Un artista que no se expone, habla de sus cuadros como si fueran sus hijos y los considera como su mejor tarjeta de presentación. Norberto Flores, de profesión artista.

En medio del Jaguel, el artista creó "su” mundo en el que nace cada creación. Norberto Flores armó un espacio que contrasta con el cambio que experimentó el barrio y la sociedad misma. Al entrar se respira aire, serenidad plena, solo la radio se escucha de fondo, sintonizada en AM para acompañar su lugar en el mundo.

Sin books, ni difusión en redes sociales, prefiere el boca a boca. Que quienes se acerquen a contemplar su trabajo lo hagan frente a la obra misma, nada se asemeja a disfrutar de esas sensaciones que despierta su trabajo en las personas: "Cada cuadro que me compran me mata un poco, hay un muchacho que junta plata todo el año porque está armando una colección de autos”. 

Nacido en el Jaguel, pinta desde que va a la primaria. "Es lo único que sé hacer, nací para pintar. En la primaria me hacían pasar al frente, la maestra me decía lectura tal y me ponía un cero. Pero llegaba la hora de hacer la carátula del mes y me sacaba un diez. Y por eso pasaba de grado”. 

Supo enseñar a cincuenta alumnos en una academia en Luis Guillón. "Es parte de un sueño poder tener un espacio donde enseñar. He hecho de todo, iglesias, todas las religiones incluso un templo umbanda, fábricas como Mascardi, Puricelli, fui diseñador textil de la fábrica Amat, murales. Trabajé dos años pintando aviones en el aeropuerto de Ezeiza, hice la señalización en el predio de AFA. Recuerdo cuando me tocó pintar el tanque de la Química True, a más de 30 metros de altura, sentía que no iba a poder pero lo hice. Fue de terror por la altura.
 
Hice trabajos en Caminito, hubo gente que se llevó cuadros a Europa, los primeros colectivos sobre todo de la zona, automóviles, retratos, paisajes y también banderas para clubes.  Hacete un dibujo atrás y si sale bien los hacemos en todos para reemplazar el tapizado en las lunetas me dijeron cuando les hice el fileteado en los colectivos de la Costera Criolla”.

Sin proponérselo, suma adeptos a su trabajo que se encuentran casi en forma casual con sus obras. En cualquier superficie, deja una huella de color y sensación que se transforma en un recuerdo que simplemente atesora en eso que define como vivir tranquilo. "Me invitan de Cañuelas, Roque Pérez, pero siempre asisto a la feria que se hace en el campo de Amat para el aniversario del partido”.

Cuando pinta lo hace inspirado en los acordes de algún folclore tranquilo, que le permita concentrarse en esos detalles tan propios de su arte. Inspiración, creación e incluso una terapia que aleja las preocupaciones diarias. Desde que corta la base, realiza el dibujo y lo pinta, hay una visualización tan certera que no admite delegar ninguna tarea por simple que aparezca.  

A la hora de pensar en ese cuadro que le faltaría por hacer, piensa en forma inmediata en un cuadro familiar. Pero de inmediato, su mirada vuelve a perderse en  un vago recuerdo de algún trabajo realizado, como si su memoria bastara para dar testimonio de tanto arte que depositó a lo largo de los años. Dice no necesitar nada más que eso "porque lo importante es la salud” como si su talento fuese la mejor de las posesiones y por medio  del cual encuentra el modo de decir quién es y comunicarse con el resto del mundo. 

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