Nacionales |

"El gradualismo es un camino arduo y riesgoso"

El máster en Economía y codirector del estudio Massot / Monteverde & Asociados brinda su análisis político económico a cien días de gestión macrista.

Por Agustín Monteverde*

 El Gobierno avanzó hasta ahora en temas de retenciones, en el sinceramiento de tarifas energéticas y el levantamiento parcial del cepo. Decimos parcial porque los movimientos de capitales y el mercado cambiario  siguen teniendo sometidos a algunas restricciones e intervención del Banco Central, que posibilitan la existencia de  un dólar atrasado, por debajo del nivel de equilibrio. Sucede que una cotización de este tipo significa mayor costo argentino y una cantidad de distorsiones y desequilibrios que se volverán con el tiempo insostenibles. 

Ahora bien, esta situación es producto de la elección de un camino gradual a la hora de hacer correcciones. Cuando la gran discusión que hubo durante los primeros días del gobierno de Mauricio Macri giraba entre realizar las modificaciones todas juntas o  hacerlas de forma gradual, planteé en un artículo publicado en el diario La Nación los riesgos que la visión gradualista acarrea. Para ello, utilicé una analogía propia del campo de la medicina: si tengo que cortar un dedo que está gangrenado y utilizo como estrategia rebanarle todos los días un pedacito,  no sólo no cortaré con el dolor sino que más bien lo aumentaré. Pero hay un problema adicional: al tardar más tiempo en cortar el dedo, es probable que la gangrena haya avanzado y ahora me vea en la necesidad de cortar la mano. 

Es decir, el riesgo de llegar tarde puede resultar muy grave. Llevado esto a la economía, hay que recordar que el concepto de ´gradualismo´ significa hacer por etapas pero nunca dejar de hacer. La presunta ventaja del gradualismo es que, presuntamente, significa menor dolor social; es decir, enfatiza la conveniencia de acotar el riesgo político. Sin embargo, los titulares de algunos portales de noticias con respecto a las subas de tarifas —que van desde el agua y el  gas hasta el transporte público— muestran que la molestia social, antes que haberse disminuido, se ha prolongado y exacerbado.

Al tratarse de un camino que se lleva a cabo en etapas, la gente ya está pensando cuáles serán los siguientes golpes que recibirán en los bolsillos.  Ante este escenario, uno se pregunta cuál fue la ganancia de ir postergando esta toma de medidas en lugar de dejar que la economía se reacomodara toda de una sola vez, liberando los mercados, abriéndonos al comercio exterior, bajando aranceles, desregulando la actividad, reformulando el gasto estatal, y disminuyendo drásticamente la presión tributaria. Todo ello reduce costos y potencia la productividad y nos devuelve al camino de crecimiento. En la medida en que el Estado no ajusta su gasto, el sector productivo y los consumidores deben cargar con ese sobrecosto. Si no ajusta el Estado, el que se ve obligado a ajustar es el sector productivo.

En conclusión, el gradualismo luce bien a priori, pero es un camino arduo y riesgoso. La economía no es una materia inanimada; cuando los gobernantes toman decisiones no están frente a un objeto inanimado.  Por el contrario, la economía, la sociedad, no sólo reacciona a las acciones que toman los gobiernos; los actores económicos, la gente, trata incluso de anticiparse a las medidas. Esto provoca que el camino gradual corra serio riesgo de llegar tarde. La cura sólo tiene lugar cuando la medicina trabaja más rápido que la enfermedad. Llegar tarde significa que sobreviene una crisis. Cuando las distorsiones económicas se acumulan y se vuelven graves, o las resuelva el gobierno —tomando el toro por las astas— o —si el gobierno se desentiende o se demora— las resuelve la sociedad, la misma economía, entrando en crisis, de una manera mucho más traumática y desordenada.


*Máster en Economía
Massot / Monteverde &Asociados

Dejá tu comentario