Nacho López tiene una convicción: “Adrogué y Mármol son los barrios más lindos del mundo”. Esa emoción está reflejada en su libro “Cruzando Erézcano. Sentir la vida entre Adrogué y José Mármol”, una colección de textos cortos que incluye poemas, relatos, recuerdos, anécdotas y, sobre todo, que apunta a revivir momentos de una infancia, de una comunidad, de un club, de una barra de amigos, de unos vecinos. Con una nostalgia alegre, el trabajo de Nacho invita a los lectores a reconstruir sus propias memorias, sepan o no dónde queda la calle Erézcano (que divide Mármol y Adrogué). “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”, dice el viejo axioma, atribuido a León Tolstoi.
Un poema de amor a "los barrios más lindos del mundo": Cruzando Erézcano, de Nacho López
"Cruzando Erézcano. Sentir la vida entre Adrogué y José Mármol" es el último libro del vecino de Brown y escritor Nacho López. Evoca los recuerdos de su infancia con personajes y anécdotas emotivas.
“En la época en la que yo me crié había en el barrio una cosa muy linda de cercanía entre los vecinos. Nos conocíamos todos, las casas no tenían rejas. Yo salía a andar en bicicleta y me cuidaban las vecinas que tomaban mate en la vereda”, evoca, en diálogo con El Diario Sur, Nacho, que tiene 50 años. En su infancia tuvo un rol protagónico el Club El Fogón, donde se agitaba la sana rivalidad entre los chicos “populares” de Mármol y “los chetos” de Adrogué.
En Cruzando Erézcano, que en parte fue escrito durante la pandemia, se pueden leer versos simples y emotivos; es una suerte de poema de amor al barrio, de intento por capturar unos tiempos dorados que ya no pueden volver (“juro que el sol brillaba más en esos años”), de muestra de gratitud por lo vivido y de ofrenda hacia los compañeros de viaje. “Pasar horas sentados sobre un cordón, resolver los problemas del mundo hasta que las vainillas se humedezcan en un tazón. / El bondi que te para a mitad de cuadra, sabiendo que ya es tarde y aguarda hasta que entres en casa. / Dar mil vueltas manzana y desear que mañana, el sol vuelva a pegar y a decir buen día por las calles de este pueblo, que por los siglos de los siglos serán mías”, dice uno de sus pasajes.
También hay lugar para escenas más duras, como el recuerdo de un atentado sufrido en su casa en tiempos de la última dictadura militar. Nacho es hijo del reconocido periodista José Ignacio López, célebre por haber sido el primero en preguntar a Jorge Rafael Videla por la situación de los desaparecidos. López padre, hoy de 86 años, también fue vocero presidencial de Raúl Alfonsín, algo que marcó la infancia de Nacho. “Tengo muchos recuerdos de acompañar a mi viejo a reuniones a la Quinta de Olivos o de compartir tiempo con la familia de Alfonsín, que era un tipo muy accesible y familiero”, dice el vecino de Almirante Brown, que trató buena parte de esos temas autobiográficos en su primer libro, Café con leche.
Nacho forma parte del colectivo de escritores de Almirante Brown, que reúne a más de 70 autores locales. Actualmente la primera edición de Cruzando Erézcano está agotada, pero se pueden seguir sus textos en su Instagram @nacholopezescribe. “El libro tuvo muy buena aceptación de gente que vivió en el barrio y ahora está en otros países, también de gente mayor que se acuerda de esa época y de gente de mi generación”, reconoce el autor, que también escribió un libro infantil inspirado por su hija, y que ahora trabaja en otro libro de poemas.
Nacho hizo carrera como redactor publicitario y ahora cumple el sueño de trabajar en su querido Adrogué, en la comunicación de la Universidad Guillermo Brown, a donde se da el lujo de ir en bicicleta. Ya no sufre los cansadores viajes en el Tren Roca, que, de todos modos, nunca lo hicieron dudar sobre su deseo de seguir viviendo en su lugar. “No lo cambio por nada”, asegura. Y claro, “son los barrios más lindos del mundo”.
Municiones de infancia, por Nacho López
Juro que el sol brillaba más en esos años. Las tardes duraban días. Y los amigos del barrio eran la familia más sagrada.
Todos los Paraísos de la cuadra nos ofrecían bondadosos sus bolillas más preciadas. La rutina se repetía una y otra vez, pero las risas se multiplicaban, las aventuras eran cada vez más osadas y las travesuras a veces se nos iban de las manos.
Vivir en la vereda era la cultura de mi amado José Mármol. Y siempre con ellos.
No recuerdo cuándo fue el día que me iniciaron en esa práctica, pero jamás podré olvidar cada batalla. Un rulero (obsoleto adminículo que peinaba a las señoras de antaño), un globo y miles de bolillas de esos árboles en peligro de extinción pero que aún hoy, me siguen tentando con su fruto para volver al pasado.
Con esa simple combinación nos armábamos las mejores tardes de la historia. El aburrimiento se aburría de vernos tan felices. Gritos, peleas, carcajadas, clases de puntería, miles de heridas sanas…
(…)
Los mismos adoquines siguen ahí vivos en esa calle. Algunos troncos secos de los queridos Paraísos, se resisten a caer. Las persianas viejas y oxidadas de la ex carnicería de Mitre y Saénz Peña, siguen estando viejas y oxidadas y conservan incluso alguna de nuestras leyendas talladas con una llave en aquellas tardes soñadas.
No existe mejor nombre para llamar a ese árbol que nos regaló toneladas de municiones de infancia.
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