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Sputnik que me hiciste mal, y sin embargo te quiero

Tal vez hubiese sido bueno investigar algo sobre el desarrollo científico y médico de Rusia antes de descartar la Sputnik, o pensar que se trataba de un capricho (o negocio) oficial. Mientras en el gobierno se festeja la publicación científica como un gol en la final del Mundial. Todo tan infantil que duele.  

El poder de la información puede hacer estragos en las sociedades, y quien lo ejerce debiera estar a la altura de su responsabilidad y eso no siempre (o casi nunca), es así.

En nuestro país está totalmente asumido que dependiendo los medios de comunicación que consumas, tendrás determinada opinión.

Muchas veces nos quejamos de la grieta, sin embargo a la hora de “filtrar” la información, y de saber de qué lado está parado cada medio, la grieta es una especie de alerta que el consumidor (lector, televidente, radioescucha o cibernauta) tiene a su favor. Siempre y cuando le interese la verdad (verdadera).

Los más inquietos tratan de informarse haciendo un promedio entre los medios de comunicación oficialistas y los opositores, pero la gran mayoría elige consumir lo que producen aquellos que se acercan a sus posiciones, pensamientos y preconceptos personales. Mientras tanto, los medios (que buscan reforzar fidelidades) van escalando cada vez más en su discurso, tornándolo muchas veces en virulento y hasta agresivo. Siempre se puede ir por más (sería el slogan). La búsqueda del rédito económico medido en rating, tirada e impresión de ejemplares, clickeos, me gustas, compartidos, faveos, etc., es desenfrenada, y muchas veces nos encontramos con que el fin justifica los medios.

Así vivimos golpes bajos y amarillismos berretas sólo justificados en que es “lo que le gusta a la gente” o “lo que la gente quiere”. Resulta que esa misma gente puede pensar si trata del huevo o la gallina, y no saber exactamente cuándo empezó su amor por el morbo ajeno, sin embargo se encuentra mirando un video de 10 minutos grabados por una cámara instalada en un local comercial (en blanco y negro y fuera de foco) donde se ve a alguien que le roba a otro, o lo acuchilla, o arrastra a una mujer por la vereda intentando arrancarle la cartera, y muchas otras opciones violentas y desagradables que (sin embargo) no puede dejar de mirar. A pesar que al mismo tiempo se indigna y exclama: “qué barbaridad. No se puede vivir así”.

Esta semana se dio un extraordinario ejemplo de cómo puede calar el poder de la comunicación en la opinión pública, y estuvo relacionado con la vacuna rusa Sputnik V. La revista Lancet publicó un manuscrito originado por el Instituto ruso Gamaleya, donde cuentan que en su ensayo Fase 3 con más de 20.000 pacientes, tiene un índice de protección que supera el 95 %. O sea que de cada 100 pacientes vacunados, en menos de 5 puede “entrar” la enfermedad. Ese es un número muy bueno y que se compara favorablemente con las otras vacunas que hay hoy en el mercado disponibles en distintos países del mundo. El otro dato importante es que los efectos adversos no fueron llamativos. Hay un pequeño efecto adverso, un cuadro pseudogripal, pero que el perfil de seguridad es muy bueno, sólido y de gran eficacia.

De repente, y sin saber quién es el neurólogo Gustavo Sevlever (editor del medio británico) ni conocer la trascendencia científica de Lancet, los medios argentinos dieron crédito de la “calidad” de la vacuna e hicieron que las listas de la preinscripción para recibirla se abarrotaran de gente. De repente los que dudaban de la Sputnik rusa se convencieron que era mejor que la china (con la que ahora negocia el gobierno), y pasaron de descartarla a desearla y peor aún, empezaron a criticar porque Rusia no cumplió con las entregas programadas. Cualquier semejanza con bipolaridad social es mera casualidad (o producto de tu imaginación). ¿Ya nadie desconfía de la invasión sigilosa que la Federación Rusa planea en la Argentina a partir de inocularnos quién sabe qué? Lancet dice que no...

Tal vez hubiese sido bueno investigar algo sobre el desarrollo científico y médico de Rusia antes de descartar la Sputnik, o pensar que se trataba de un capricho (o negocio) oficial, o que nos usaban de conejitos de india, o que todo el contrato firmado era en realidad producto de un amor platónico entre Putin y Cristina Kirchner. Rusia es el quinto país del mundo en premios Nobel y el 62% (25) son Nobel de Medicina.

¿Y ahora? Nos quejamos porque la Sputnik V no llega según lo previsto. Y advertimos que la China no es tan buena, mientras en el gobierno se festeja la publicación científica como un gol en la final del Mundial. Todo tan infantil que duele.

Buena semana.

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