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Del abismo al algoritmo: el reality de la ciencia puede salvar a la TV

Por Francisco Monzón (@flmonzon).

Desde su nacimiento, tanto la radio como la TV se desarrollaron a partir de dos modelos claramente diferenciados.

El modelo de los EEUU se basa en la explotación, que hacen empresas privadas, de determinadas franjas del espectro radioeléctrico, que pertenecen al estado y que son concedidas mediante licencias de uso.

Este modelo se basa en el lucro y se financia con publicidad. Así, los medios generan contenidos con el objetivo principal de captar audiencias. Esos oyentes o televidentes son “vendidos” a los anunciantes.

La comunicación, en este modelo, se concibe como un negocio más dentro del mercado.

El otro modelo, nacido en Europa, entiende a la comunicación como un servicio público. Allí, el Estado se reserva la exclusividad en la explotación de las frecuencias, y la administración de las empresas públicas de radio y televisión queda en manos de representantes de los partidos con presencia parlamentaria, sin injerencia directa del poder ejecutivo de turno.

Hasta los años 80, estos medios se financiaban exclusivamente con los impuestos de los contribuyentes. Sin embargo, a partir de la oleada conservadora encabezada por Thatcher y Reagan, comenzaron a proliferar las empresas privadas de medios en Europa, y la publicidad se incorporó como una nueva fuente de financiamiento para los medios públicos.

En América Latina se impuso el modelo americano, con predominancia de empresas privadas y financiamiento publicitario. Aunque, técnicamente, podemos hablar de un sistema mixto: en la mayoría de los países de la región, los medios privados conviven con radios y canales estatales.

Pensar en el estatus legal o la forma de financiamiento, estimado lector, es importante para encarar el tema principal de esta columna: los contenidos.

Durante décadas, el contenido de los medios giró en torno a una polémica: ¿la gente ve lo que ve porque le gusta o porque no hay otras opciones? ¿Se puede moldear el gusto popular a partir de la oferta disponible?

De manera esquemática, podemos aventurar que los dos modelos antes descritos encaraban la producción de contenidos desde perspectivas muy distintas: el modelo estadounidense, desde el puro entretenimiento; el europeo, con la intención de difundir la alta cultura, con la BBC como emblema.

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Aunque esta última intención puede parecer virtuosa, recibió muchas críticas a lo largo del tiempo:

  • porque la reivindicación de la alta cultura estaba legitimada por las elites intelectuales, que eran las que generalmente llegaban a la representación parlamentaria.
  • porque partía de un prejuicio, al considerar que el público popular tenía mal gusto
  • por su tono paternalista de “educar al pueblo”.

Otro dato, no menor en este debate, está dado por el bajo rating que en general tienen los programas o contenidos “culturales”.

En nuestro país, tuvimos experiencias valiosas que podemos sumar al análisis: Canal (á) en la televisión por cable, y las señales Encuentro y Paka Paka, disponibles tanto en la TDA como en el cable. Estas últimas lograron una síntesis interesante entre espectáculo y cultura, diversión y calidad.

Hoy se suma un nuevo fenómeno a esta lista: la sorprendente repercusión de las transmisiones en vivo desde el Cañón Submarino de Mar del Plata, como parte de la misión científica Talud Continental IV, desarrollada por investigadores del CONICET y del Schmidt Ocean Institute.

No solo impresionan los números de visualizaciones, también el impacto en la conversación pública, reflejado en miles de comentarios en redes sociales y una ola de memes virales.

Sorprende que un contenido científico supere en views a los canales de streaming con trayectoria y con personajes de renombre frente a las cámaras.

Ante tanta sorpresa, volvamos a las preguntas incómodas: ¿la ciencia y la cultura no tienen rating porque son aburridas para las audiencias masivas? ¿O porque fueron históricamente mediatizadas de forma aburrida?

Sin dudas, las transmisiones de la expedición científica Talud Continental IV son espectaculares por la calidad y la novedad de las imágenes que comparte: criaturas nunca vistas, colores vívidos y texturas asombrosas.

Pero lo que suma, al humanizar esta aventura, es escuchar las voces de los biólogos marinos que relatan lo que la cámara va descubriendo. Eso ayuda a desacralizar la ciencia, a bajar la figura del científico del pedestal.

Se oyen y se sienten cercanos, transmiten su emoción y nos emocionan a todos. Es ciencia, pero también espectáculo. Es cultura, pero es popular.

Quiso el destino, en una mueca irónica, que este boom de masividad ocurriera justo cuando la política peor trata a los científicos y a su institución más representativa, el CONICET.

Permítame, bondadoso lector, brindar —aunque sea con agua de mar— por más científicos que se conviertan en influencers, por más programas de ciencia y cultura que baten récords de audiencia, y por más medios que representen los intereses reales de nuestra sociedad, especialmente los de las minorías.

Nos quieren convencer de que la ciencia es inútil, que representa un gasto innecesario. Nos quieren hacer creer que la cultura es aburrida, aunque jamás se hayan acercado a la cultura popular.

Qué buenos tiempos estos, en los que políticos de pacotilla y programadores de TV trasnochados quedan en evidencia… gracias a una simple estrella de mar brillando a 3.900 metros de profundidad.

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