El 2 de febrero de 1942 salió de la fábrica de Willys Overland, en Ohio, Estados Unidos. Fue trasladado a Inglaterra y luego posiblemente a Bélgica, donde estuvo en el frente de batalla de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial. En 1948, fue importado por el Estado Argentino, en un lote de rezagos militares. Su actividad continuó en Entre Ríos, en un campo en la localidad de Chajarí. Hoy, restaurado a nuevo y con piezas originales, da vueltas por Monte Grande. Ya no le pican las balas alrededor: ahora despierta las miradas y los comentarios de la gente, que lo ven como salido de una película de Steven Spielberg, pero en directo en el conurbano bonaerense.
Un vecino de Monte Grande restauró un vehículo que estuvo en la Segunda Guerra Mundial
Diego Terrero, de Monte Grande, compró en 2015 un jeep utilizado por Estados Unidos en el conflicto bélico. Ganó un premio por la restauración del vehículo.
Es un mítico “jeep” Willys, el vehículo más utilizado por el Ejército de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, y que luego adquirió fama mundial por su rendimiento. Este ejemplar, además, tiene un valor especial: forma parte del primer lote de 25 mil unidades encargado por el gobierno americano a la fábrica Willys Overland.
El artífice de que este pedazo de historia circule entre nosotros se llama Diego Terrera, vive en Monte Grande, tiene 47 años y trabaja en ingeniería en una empresa eléctrica. Compró el Willys el 4 de julio de 2015 para ejercer el hobby de restaurarlo. Su primera salida a la calle llegó el 8 de diciembre de 2021, y luego hubo algunos meses de pruebas y retoques.
Su esfuerzo por investigar sobre los modelos de la Segunda Guerra, buscar repuestos por Internet alrededor del mundo y conformar un equipo de mecánicos y chapistas tuvo un importante reconocimiento: en noviembre pasado, consiguió el primer puesto de la categoría “vehículos militares” de la prestigiosa muestra “AutoClásica”.
“Es lo que en el ambiente se conoce como un Jeep ‘guerrero’. Aún conserva en su tablero las chapas de identificación originales que marcan que estuvo en la guerra. También tiene los datos de salida de fábrica, lo que permite investigar para llevar a cabo una restauración lo más exacta posible”, comenta Diego, que luego lleva de paseo a un equipo de El Diario Sur por los bosques de Ezeiza y baja el parabrisas delantero para experimentar el viento en la cara. “No hay nada como andar así”, dice, pleno de satisfacción.
El Willys anda prácticamente como un auto normal. Además, Diego resalta algunas “perlitas” de su reconstrucción, como el sistema de faroles delanteros rebatibles que permite alumbrar el motor en caso de tener que trabajar en una reparación (en la Segunda Guerra Mundial no había celulares con flash para usar de linterna), el carburador original, o la reconstrucción del color, también original.
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Lejos de ser un aficionado de lo bélico, Diego dice que la investigación lo hizo tomar mayor conciencia sobre los horrores de la Segunda Guerra, pero que valora la restauración como un aporte histórico. Asegura que el valor de su Willys es “incalculable”, y afirma que se va a quedar en Monte Grande: “No tengo planes de venta, lo quiero disfrutar con mi familia”.
La emoción de sacarlo a la calle luego de seis años y medio en el taller
“Fueron seis años y medio de mucha dedicación para restaurarlo. La búsqueda de los repuestos es una cacería internacional y pasó por varios talleres y chapistas. El día de la puesta en marcha fue inolvidable, con nervios, emoción, alegría. Fue muy gratificante. Con el equipo que formé nos terminamos haciendo amigos, así que al final fue como salir a dar una vuelta entre amigos como cuando éramos pibes”, relata Diego Terrero.