Élida nació en Entre Ríos y a sus 16 años se mudó a Monte Grande con su familia. “Yo estaba enamorada del lugar, me gustaban mucho las calles, los árboles y la gente”, rememoró en diálogo con El Diario Sur. Tenía 16 hermanos, de los cuales hoy le quedan cinco.
Hizo su carrera en San Isidro y después se desempeñó como profesional en la salita “San José”, que se encontraba ubicada frente a la Plaza Mitre. En aquel entonces los centros de salud de la zona eran pequeños y solo contaban con un par de salas de internación, un quirófano y una cocina.
Con el pasar de los años se trasladó al Hospital Santamarina: “Ahí me desplegué más porque había internación y cirugías más importantes”. Durante su carrera, Élida continuó haciendo cursos de enfermería en cirugías, en urgencias y maternidad. Además, más adelante también fue docente de enfermería.
“Lo que más me gustaba era la guardia porque no me preguntaba qué le había pasado al paciente, sino cómo yo podía ayudarlo”, contó Élida. Y agregó: “Yo nunca pude ser indiferente con lo que le pasa a la gente”.
Entre las miles de historias que Élida tiene de todos años de carrera, hay una particular. "Un día llevaron a una niña abandonada al Hospital y yo la atendí. Pasaron ocho meses y ella seguía ahí, era hermosa. Yo era estéril, así que pensé en adoptarla. El día en que me decidí a hablar con el director para ver si existía esa posibilidad, se la habían llevado", contó entre lágrimas.
Durante su trayectoria, la vecina de Monte Grande aseguró que siempre, antes de una operación u intervención importante en la cuál asistía, ella se encomendaba a Dios: "Le pedía que diriga mi mano, y así era difícil que algo saliera mal".
"No me gusta leer, así que nunca tuve miedo de preguntar, porque era mi única forma de aprender", explicó Élida. En cuanto a los aprendizajes que le dejó la experiencia, comentó: "Cuando fui Jefa quería que todas las enfermeras estuvieran pintadas y bien arregladas, con la ropa planchada y sonrientes. Ellas son lo primero que ven los pacientes y tienen que cuidar su aspecto".
Si bien la vecina tuvo que jubilarse antes de tiempo debido a un accidente en el Hospital en el que se rompió la rodilla, remarcó que ayudar es su vocación y que sigue intacta esa iniciativa. “Durante la pandemia me la pasé llorando porque no me dejaban ir a un Hospital”, concluyó.
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En el marco del Día de la Enfermería, Élida Giménez, una de las pioneras de la enfermería en Echeverría, cuenta su historia.
La experiencia de Paola, que se dedica al cuidado de pacientes con cáncer en Lanús
“A la profesión me acerqué de grande, comencé a trabajar como cuidadora de niños y de adultos mayores. Ahí me empecé a interesar por el tema de la salud”, afirmó Paola Guillén, enfermera de 34 años, oriunda de la localidad de Lanús.
“Me recibí en el año 2021 en la Universidad de Lanús y al año siguiente comencé a trabajar como enfermera del Hospital Oncológico de Lanús”, aseguró Guillén, al tiempo que aclaró que el inicio en el centro de salud fue difícil.
“Afecta en un principio, es otra realidad, pero hay que aprender a atender al paciente”, señaló Paola. “Una va adquiriendo una familiaridad con los pacientes, entonces es difícil cuando se van”, agregó.
“Es complejo física y psíquicamente para los pacientes enfrentar una quimioterapia, quizás los pacientes un día están bien, pero una semana después se deterioraron rápidamente”, señaló la enfermera. Y afirmó que “el cáncer es una patología que se puede convertir en una enfermedad crónica, que tiene su parte aguda como crítica que es cuando aparecen las mayores dificultades”.
Paola hoy se desempeña como jefa de piso del Hospital Zonal Especializado en Oncología de Lanús y coordina el trabajo de los enfermeros en el nosocomio, que funciona como centro de día para los pacientes que realizan el tratamiento de quimioterapia y como un espacio para internación de guardia.
“Es apasionante pero también estresante”, puntualizó Guillén sobre su trabajo. Asimismo, contó que se especializará en el área de oncología pese a todas las dificultades que tiene el trabajo por la sensibilidad de la disciplina. “Al principio quise hacer la especialización en Terapia Intensiva pero hoy ya me decidí por oncología después de trabajar en este hospital”, finalizó la enfermera.
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Paola Guillén con 34 años ya es jefa de piso del Hospital de Oncología de Lanús.
De Cromañón al 2001 en Plaza de Mayo, los eventos históricos en los que asistió un enfermero de San Vicente
“La profesión me eligió a mí”, aseguró Carlos Ibañez, un enfermero de 77 años de la localidad de San Vicente que recientemente se jubiló y se mudó a Mar del Plata, en diálogo con El Diario Sur. “Mientras trabajaba en Prefectura un suboficial mayor me recomendó estudiar enfermería para no cagarme de frío”, recordó entre risas.
Durante 40 años trabajó en el Hospital Argerich, ubicado en el barrio porteño de La Boca, que hasta 2015 se ocupaba de la salud de los presidentes. En ese contexto, el 20 de diciembre de 2001 Carlos junto al médico y al chofer de una ambulancia del SAME permanecieron frente a la Casa Rosada, donde se desarrollaban fuertes protestas contra el gobierno del entonces presidente Fernando De La Rúa.
“Cuando De La Rúa sale en helicóptero quedamos liberados para socorrer a los manifestantes. Así llegamos a Av. de Mayo y 9 de Julio”, rememoró Ibáñez. “Fue muy complicado porque había un rumor que circulaban ambulancias con gente de la SIDE (Secretaría de Inteligencia del Estado) adentro, por eso nos tiraron piedras durante todo el camino”, completó.
“Rescatamos a cinco heridos de bala de la manifestación, todos murieron. Uno de ellos en la 9 de Julio y fue la foto que salió en la tapa de Clarín al día siguiente”, relató el enfermero sobre esa tarde trágica.
Por otro lado, participó en otras de las tragedias más recordadas por los argentinos, como fue el incendio de la discoteca República de Cromañón el 30 de diciembre de 2004. “Recibimos a los heridos en el Argerich. Fue una noche terrible, pero yo era el único enfermero que era instructor de emergencias y desastres”, aseguró Carlos.
Su carrera finalizó durante la pandemia de Covid 19, un evento que puso al borde de su capacidad los sistemas sanitarios del mundo entero. En ese momento Ibáñez, aunque estaba entre la población de riesgo, dio cursos sobre el manejo de respiradores a enfermeros y médicos. Durante toda la pandemia me la pasé dando clases hasta que aflojó un poco el covid y me jubilé”, concluyó el sanvicentino.
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Carlos Ibáñez, el enfermero de San Vicente que no quiso jubilarse en plena pandemia.
“En la pandemia, me tocó estar al lado de un paciente aislado hasta el último minuto que tuvo”
Susana Aranda es una vecina de Tristán Suárez que lleva más de 32 años en el ejercicio de la profesión de enfermera y actualmente trabaja en el Hospital de Ezeiza. Sus inicios no fueron por vocación si no por necesidad laboral. Pero durante el transcurso de los años aprendió a amar su oficio.
Su primer contacto con la enfermería fue a los 16 años para poder tener su propio dinero y sin pensarlo terminó descubriendo un mundo que según ella no es para “cualquier persona”. “Abrí mi cabeza con esta profesión. Crecí como ser humano. Desarrollé la paciencia, la empatía. Las ganas de adquirir más conocimientos para mejorar en lo que hago. Por eso, trabajar a conciencia es mi lema, ya que, poder ayudar es reconfortante”, contó Susana en diálogo con El Diario Sur.
Esas cualidades y aptitudes que adquirió a lo largo del camino le permitieron a la mujer de 48 años reaccionar de una manera muy compasiva frente a una situación delicada que la marcó de por vida, mientras trabajaba en el hospital durante la pandemia. “Me tocó ser la última persona de la cual un paciente se despidió. Eso me llegó a lo más profundo de mi ser y todavía cuando lo recuerdo me da sensación de llorar. Esta persona no pudo ver a su familia y yo fui quién estuvo ahí cumpliendo ese rol de alguna manera. No puedo olvidar su mirada”, expresó Susana.
El oficio de la enfermería no es una tarea fácil, pero la profesional del Hospital de Ezeiza entendió como materializarla. “Para mí es como mi pasión y llevo con orgullo el hecho de ser enfermera. No sé qué haría si no hiciera esto”, completó.
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Susana inició su relación con la enfermería cuando tenía 16 años y ya lleva 32 en la profesión.
Fue contenida por una enfermera durante su embarazo y así eligió su profesión
Sabrina Soprano tiene 41 años y es enfermera desde hace 20. Si bien trabajó muchos años en un centro de salud de CABA, desde el 2016 se encuentra ejerciendo su profesión en Clínica Monte Grande, y actualmente es jefa del Departamento de Enfermería.
“Elegí la carrera de enfermería por una situación personal que viví. Fui mamá adolescente y la enfermera me acompañó y me contuvo todo ese tiempo, fue buena conmigo y muy humana”, recordó Sabrina, quien es vecina de Luis Guillón y estudió en la UBA. Su hija se llama Nazarena y hoy en día tiene 24 años.
Acerca de sus años de estudiante, contó: “Fue todo muy sacrificado porque tenía a mi hija chiquita. Los tiempos para leer y viajar eran complicados, se hacía todo muy engorroso”.
Sabrina hizo sus prácticas en el Hospital Municipal Santamarina de Monte Grande. Cabe destacar que, si bien ahora es jefa del Departamento de Enfermería, comenzó siendo supervisora de neonatología.
“Lo que más me gusta hoy de lo que hago es poder liderar el cambio en los profesionales de enfermería”, remarcó Sabrina. Y agregó: “Lo que más hay que tener en cuenta al momento de atender al paciente es el cuidado, principalmente desde el trato humanizado, prestarle mucha atención a cada uno. Ese es nuestro objetivo actual en el Departamento, lo que buscamos todos los días”.
“Hoy en día en la Clínica tenemos un equipo bien consolidado, siempre nos preocupamos por nuestros enfermeros e intentamos conocerlos un poco más allá del trabajo, porque eso nos parece esencial para formar un buen grupo y que todos se sientan cómodos y conformes”, concluyó Sabrina.
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Sabrina vive en Luis Guillón y es jefa del Departamento de Enfermería de Clínica Monte Grande.
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