En 1947, entre los cientos de inmigrantes que llegaban al país por entonces, apareció en San Vicente un matrimonio de alemanes que huían del régimen nazi. Todavía eran simples anónimos, pero ya habían ejecutado la obra que les valdría el reconocimiento del mundo entero: salvar a más de 1200 judíos del holocausto.
Emilie Schindler, la mujer delante de la lista
Los días en San Vicente de la esposa del hombre que salvó a 1200 judíos de las cámaras de gas. La historia de los Schindler; la verdadera cara de Oskar; el final de una mujer noble, justa y valiente.
Se han escrito millares de páginas sobre Oskar y Emilie Schindler y, sobre todo, el gigante Steven Spielberg filmó una película monumental La lista de Schindler- que rescata, más o menos fielmente, su magnánima historia. Sin embargo, nunca está demás repetirla: Oskar era un industrial exitoso que tenía una relación estrecha con algunos jerarcas nazis. Para evitarse gastos en mano de obra, Oskar tomaba con autorización del régimen- empleados judíos a los que, como paga, sólo debía darles de comer. Pero con el correr de la guerra el empresario llegó a sentir una suerte de piedad por sus obreros, la cual lo llevó a dilapidar toda su fortuna en sobornos a los oficiales nazis, para que le permitan mantenerse y luego trasladar la fábrica a una región excluida del conflicto armado y así salvar a 1200 judíos de las cámaras de gas. Antes de la riesgosa mudanza, los 1200 nombres fueron colocados en una lista, que finalmente titularía la película de Spielberg.
Pero detrás de Oskar hubo una mujer. Se trata de la olvidada Emilie Pelzl de Schindler, quien, en las narices de la barbarie nazi, cargaba sobre sus hombros con una tarea que era en realidad una epopeya: conseguir comida para los trabajadores judíos de la fábrica. Además, Emilie, en el ocaso de la guerra, llegó a vender sus joyas para comprar alimento, medicamentos y ropa y también fue la encargada de cuidar a obreros enfermos en el sanatorio clandestino instalado en la fábrica.
Tras aquél histórico rescate, el matrimonio quedó sumido en la ruina económica por haber gastado el equivalente a 26 de millones de euros en coimas y cuestiones operativas. También, lógicamente, Oskar y Emily quedaron condenados al exilio, y así fue como decidieron emigrar a la Argentina, en donde les tocó San Vicente como exótico destino. Cayeron, entonces, a una quinta ubicada sobre la calle Viamonte, en la que lograron instalar un insólito emprendimiento: un criadero de nutrias.
Doce años después, la inversión terminó de fracasar y Oskar, completamente fundido, abandonó a su mujer y retornó a su patria, en la que vivió hasta el momento de su muerte, en 1974.
Pero Emilie se quedó. La mujer fuerte y aguerrida que había burlado a los nazis asimiló la ida de su esposo como una más de las dificultades que le había tocado atravesar y siguió adelante con su vida en San Vicente. Continuó criando animales trasladaba el pasto para alimentarlos en un carro desde la quinta de Perón- y así pudo afrontar parte de las deudas que el ya no tan generoso Oskar le había dejado. Con el caer de la vejez, Emilie se vio obligada a vender la quinta, y fue entonces que la organización filantrópica judía B´Nai B´Brith acudió a su ayuda y le compró la modesta casa de la calle San Martín al 300 en la que vivió hasta poco antes de su muerte, en 2001.
En esa casa de terreno grande, la vieja Emilie pudo vivir en paz durante una buena cantidad de años, dedicándose a su jardín, a sus perros y a sus gatos. En 1993 la obra maestra de Spielberg la hizo mundialmente conocida y eso le permitió, por ejemplo, reencontrarse con algunos de los Schindler-juden (los judíos de Schindler), estrechar la mano del entonces presidente Bill Clinton, recibir una gran cantidad de premios y menciones y también, por supuesto, ser acechada por una gran cantidad de periodistas.
Uno de ellos, el redactor del diario Página/12 Raúl Kollmann, la describe en su necrológica como una mujer furiosa. Furiosa por haber vivido a la sombra de un Oskar al que consideraba débil y perdedor, pero también porque acusaba a Spielberg de no haberle dado el dinero que le correspondía por la producción de su taquillera película.
Emilie vivió sus últimos años en San Vicente en un estado de semi abandono. Según Leandro Cosiforti, su jardinero y hombre de confianza, llegó a convivir con cuarenta gatos dentro de su casa y las penurias de sus dolores de huesos fueron in crescendo al punto tal de dejarla postrada en cama. Sufrió dos caídas que la llevaron a la internación y luego a un geriátrico en San Miguel. Finalmente, la embajada alemana se hizo cargo de su traslado a Berlín, donde la gastada Emily murió en 2001.
Las historias que dejaron los Schindler en San Vicente son numerosas. En primer lugar, los vecinos recuerdan a Emilie como una mujer fuerte y predispuesta, con una cercanía que contrastaba con la antipatía de Oskar, un tipo al que muchos no dudan en caracterizar como despreciable. Para ilustrarlo, existen los testimonios del jardinero Cosiforti y de María Inés Salinas, la actual propietaria de la primera quinta que habitaron los Schindler. Ambos vecinos aseguraron a El Diario San Vicente que durante el tiempo que el matrimonio vivió en la casa del criadero de nutrias, era frecuente que Oskar trajera mujeres a la casa y obligara a Emilie a servirlos como mucama. Cínico, cobarde, manipulador: así era el hombre que la vieja Schindler llegó a detestar más a que a nadie en el mundo.
Pero a diferencia de su célebre esposo, Emilie fue una mujer noble, justa y honesta, con una fortaleza de hierro que le permitió bucear en el mercado negro de la Alemania nazi para, según sus propios dichos, "hacer lo que había que hacer.