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Nosotros también podemos hacerlo, para cambiar vergüenza por orgullo y emoción

Stella le da clase solo a 30 alumnos pero tiene que ser ejemplo y presentarse como una profesional, mientras que representantes del "pueblo" como Bullrich o Ameri, hacen trampa y son ordinarios y misógenos.

La rutina de Stella se modificó a fines marzo como nunca antes. Nadie podía haberlo imaginado. De repente el contacto diario con sus alumnos se vio mediado por una computadora. Con clases programadas y un nuevo formato para el que no estaba preparada.

De repente se encontró filmándose durante la noche; bajando programas y aplicaciones que le permitieran mantener el proceso de enseñanza aprendizaje; mirando experiencias exitosas de otros países e intentando hacerlas propias. Ya lleva casi siete meses de “educación virtual”.

Esto no le impidió trabajar con responsabilidad, aunque lograrlo no fuera sencillo. Tuvo que mejorar el plan de Internet familiar ya que la conectividad no alcanzaba para hacer “correr” los vídeos que grababa, ni los programas con los que preparaba actividades para sus alumnos.

También tuvo que arreglar un sector de su casa como si fuera un set de televisión. Allí no se debían ver elementos de la vida cotidiana, ni desorden, ni cuadros o “mensajes subliminales” que pudieran ser percibidos “del otro lado”. Dice que, sin embargo, sus costumbres y hábitos no se modificaron: se levanta a la misma hora, se prepara con los mismos detalles, se maquilla, peina y perfuma para sus alumnos.

Hasta se pone la misma crema de manos con sabor vainilla: “es que todos quieren ser primeros en el tren para darme la mano y oler la vainilla”. Stella siente la ausencia del contacto físico, del abrazo y el saludo matutino, extraña dar el gesto contenedor cuando algo no sale bien. Son los maestros los primeros en detectar “cambios” en las casas y no es casualidad, su mirada profesional está en los ojos de sus alumnos.

El 11 de septiembre un grupo de ellos la sorprendió tocando el timbre de su casa con un pequeño regalo. A distancia y con barbijo le dejaron un vaso térmico con una frase que marca la relación entre ellos: “Stella gracias por enseñarnos que nosotros podemos hacerlo”.

Stella no es la excepción, aunque este 11 de septiembre no lo olvidará fácilmente: “me llené de orgullo y emoción”. Así también se sienten cientos de maestros y profesores y cientos de miles niños, niñas y jóvenes en todo el país, poniéndole el cuerpo para que la pandemia no sea también un año perdido desde lo escolar. Ninguno estaba preparado para la virtualidad, ni tenía las condiciones ideales, pero se esfuerzan para estar a la altura.

Mientras tanto algunos legisladores nacionales dan vergüenza. Como el ex ministro de educación (actual senador) Esteban Bullrich, que elige poner una foto que lo haga presente en la sesión cuando en realidad está ausente. O como el diputado salteño (por adopción) Julio Emilio Ameri (hoy ex diputado en realidad), que no solo se atrevió besar los pechos de una mujer en el medio de la sesión virtual, sino que a la hora de explicarlo señalo un tragicómico: “la llamé para ver cómo le había quedado la operación y le di un beso las tetas. No fue más que eso”.

¿En serio diputado? Menos mal! Su imagen recorrió el mundo, fue meme, treding tópic y hazme reír de todo el mundo y desató la creatividad más creativa de editores a la hora de titular. Una vergüenza monumental. Que no es vergüenza chovinista, sino por contraste. Se trata de estar a la altura.

Stella le da clase solo a 30 alumnos pero tiene que ser ejemplo y presentarse como una profesional mientras que representantes del “pueblo” como Bullrich o Ameri, que actúan por de miles y millones de “otros”, y toman decisiones y crean las leyes que establecen las reglas del juego que jugamos todos (el juego de la democracia), hacen trampa (como Bullrich) y son ordinarios y misógenos (como Ameri).

El pedagogo e investigador Mariano Narodowski sostiene que todos aquellos que entran a una escuela se tienen que considerar educadores, porque de una manera u otra están siempre mirados por los alumnos. Desde la persona que atiende el comedor o el kiosco, hasta el portero o los empleados de maestranza y limpieza tienen que saber que están educando, que son “mirados” con atención por niños y jóvenes que se están formando. En consecuencia, la educación, dice Narodowski, no debe quedar solamente en manos de los maestros y profesores.

Que bueno sería que nuestros políticos encontraran un axioma como el “en la escuela todos somos educadores”. Podría ser “en el parlamento todos somos decentes”. U otra opción que los haga responsables y hacerse cargo de la representatividad que tienen. Que les haga asumir que no da lo mismo hacer las cosas bien, que mal. Y que como hombre públicos (y servidores públicos) tienen un compromiso que duplica (al menos) al del resto de los ciudadanos argentinos.

Será que mi optimismo crónico me invita a encontrar en cada crisis una manera de empezar a construir un país distinto.

Buena semana.

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