Cuando el entonces “fenómeno Trump” empezaba a despuntar como candidato serio a las elecciones primarias de los Estados Unidos, en ésta misma página reflejé lo que consideraba “un personaje peligroso”. Trump era un empresario multimillonario y oscuro, con acciones y discursos misóginos, actitudes discriminatorias y anuncios grandilocuentes sobre cómo hacer de grande a “América” de nuevo. Ellos entienden por América a los Estados Unidos.
Aquel globo de ensayo del Trump precandidato se encontró con un eco inesperado en una sociedad fragmentada y sin otros representantes que “enamoraran”. Su discurso políticamente incorrecto y agresivo, el dinero del establishment disponible a borbotones (por aquello de: “es uno de los nuestros”) y la invaluable ayuda del desgobierno que existía entonces (¿ya no?) en las redes sociales (con Cambridge Analitics como bandera), hicieron de aquel personaje bizarro un candidato que fue elegido luego presidente del que se cree el “país más poderoso e influyente de mundo”.
Pocos recuerdan las alertas sobre Trump antes de asumir la presidencia. Parecía que no importaban dado el vacío político de la vereda de enfrente que no lo podía enfrentar.
Pocos olvidarán que las mismas redes sociales que le permitieron armar mensajes como trajes a medida de cada usuario, terminarían bloqueándole todas las cuentas. También pocos olvidarán las imágenes del 6 de enero cuando mandó a sus fanáticos a tomar el Capitolio denunciando que le “había robado la elección”.
Donald Trump será recordado como el primer presidente de los Estados Unidos que fue sometido a un juicio político (impeachment) dos veces. Él alimentó el mito de que la elección fue robada y convocó a sus partidarios a Washington diciéndoles que solo con la fuerza podrían recuperar su país. Sin embargo, se mantuvo al margen mientras sus partidarios asaltaban el Capitolio (una suerte de “animémonos y vayan”, versión yanqui). Cuando los historiadores escriban sobre su presidencia, lo harán a través del lente de los disturbios. Se centrarán en la distorsionada relación de Trump con la extrema derecha, su manejo atroz de la protesta de Charlottesville en 2017, el aumento del extremismo violento de derecha durante su mandato, y la propagación viral de teorías de conspiración malévolas. El modelo Trump hizo pequeñas escuelas en otros países que lo pusieron contemporáneo a Jaír Bolsonaro como conductor del destino de los brasileños. Ambos, populistas de derecha sin otro lugar en la historia (cuando se escriba).
Hace varias semanas que las encuestas en nuestro país hablan de Javier Milei con una intención de voto cercana al 30% si las elecciones “fueran mañana”. Milei es el personaje disruptivo que representa la “bronca nacional” y crece porque “del otro lado” no hay nada potable. Anda por ahí diciendo algunas barbaridades sin ponerse colorado: “no voy a pedir perdón por tener pene, ser blanco, rubio y de ojos claros” (en la Feria del Libro cuando anunció que de ser presidente eliminaría el Ministerio de la Mujer), e insistiendo con dolarizar y liberar el mercado para terminar con las crisis económicas e inflacionarias. Es un personaje simpático, con jopo de peluquería, que parece a punto de explotar de presión arterial en cada aparición (tranquilidad, es todo parte del acting). Se declara en contra de la “casta política” de la que ya forma parte como legislador nacional, pero se diferencia sorteando mes a mes su dieta entre “los que se inscriben” en una gran base de datos que termina saliéndole muy barata.
El “globo de ensayo Milei” crece como crecía el de Trump y demuestra que no hay nada librado al azar. Cada declaración es medida en efectos y consecuencias, cada posicionamiento también. De repente le aparecen “libertarios” inimaginados como la comunidad afrodescendiente que dice apoyarlo por su idea de “la libertad”. Claro que la libertad de Milei poco tiene que ver con la libertad por la que lucharon los afrodescendientes en América, pero bue… . Cambalache, diría Discépolo.
Esta semana Javier Milei borró con el codo lo que escribió con la mano, cuando se conoció que usó pasajes provistos por el Congreso de la Nación para ir a un acto partidario. Su compañera de espacio, Victoria Villarruel, también había utilizado 20 de los tickets que tienen asignados para viajar por el país aunque ambos representen a la Ciudad de Buenos Aires en la Cámara.
Lo vuelos de los libertarios hacia el interior del país trajeron polémica pero son uno de los beneficios que trae consigo ocupar una banca legislativa a nivel nacional. “Si no usás esos pasajes el dinero vuelve a la Cámara de Diputados, le vuelve a la casta", se justificó sin ponerse colorado. “No fui a hacer política. Diuna charla ante 20 mil personas sobre mi proyecto para acabar con la inflación que es eliminar elBanco Central. Por una cuestión operativa hubo que usarlos. A veces no hay pasajes y tengo problemas para conseguirlos". Todo poco creíble.
En la presentación de la que habla se vio que usaba chaleco antibalas, algo que supone temor a un atentado o victimizarse ante sus nuevos seguidores. Cuando se le preguntó el motivo del uso del chaleco se declaró favorable a la portación de armas."Cuando vos prohibís el uso de armas, los delincuentes las usan igual. Estoy a favor de la libre portación de armas", justificó. Paradójicamente todo sucedía el mismo día en el que en Texas un joven de 18 años asesinó a 21 personas portando su “arma legal”.
Buena semana.

