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Simone Veil: un ejemplo de vida

Por Mónica Dreyer.

Hay historias que nos hacen detenernos y pensar en lo que significa levantarse después de haber tocado el fondo más oscuro. La de Simone Veil es una de esas historias.

Simone Veil fue una mujer francesa que atravesó el siglo XX dejando una huella imborrable. Nació en Niza en 1927, y cuando era apenas una adolescente fue deportada junto a su familia al campo de concentración de Auschwitz, donde perdió a su madre y varios de sus seres queridos. Sobrevivió al Holocausto y, se salvó porque mintió sobre su edad: dijo que tenía más años de los que realmente tenía y eso le permitió ser destinada a trabajos forzados en lugar de ser enviada a la cámara de gas. Esa mentira fue la puerta estrecha por la que pasó su vida.

Al regresar, pudo haberse encerrado en el dolor. Pero eligió otro camino. Estudió Derecho y Ciencias Políticas en París, se convirtió en magistrada y luego en alta funcionaria del Estado francés. Fue ministra de Salud, ministra de Asuntos Sociales, miembro del Consejo Constitucional y, más tarde, ingresó en la Academia Francesa, uno de los honores más altos de la vida intelectual y política de su país. En 1979 fue elegida la primera mujer en presidir el Parlamento Europeo, en Estrasburgo. Su recorrido, desde el horror hasta los más altos cargos de responsabilidad política, convirtió su nombre en un símbolo de memoria, resiliencia y compromiso con la dignidad humana.

Lo asombroso de Simone Veil no es solo lo que logró, sino de dónde venía. Haber pasado por el infierno le dio la fuerza para creer en la dignidad humana, en los derechos y en la importancia de construir un futuro mejor para todos.

Su vida nos recuerda que incluso desde la pérdida más dura se puede levantar una obra positiva. Que cada uno de nosotros, con nuestras heridas y limitaciones, puede encontrar un modo de transformar el dolor en compromiso, el miedo en valentía.

Quizás no nos toque vivir lo que ella vivió, pero sí tenemos desafíos propios. Y ahí su ejemplo se vuelve guía: nunca estamos condenados por lo que nos pasó. Lo que nos define es lo que hacemos después.

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