Alberto Fernández pegándole a su pareja en reiteradas ocasiones hasta dejarle marcas en la piel. Iniciando e intentando relaciones aquí y allá con las periodistas, actrices o modelos que tuviera a su alcance en la Quinta de Olivos o en la Casa Rosada, aun en el medio de la cuarentena de la que era el máximo adalid. Alberto Fernández filmando él mismo parte de sus encuentros, con intenciones de atesorar o mostrar esos registros. Alberto con consumos problemáticos de alcohol, sin disciplina para trabajar, sin honor ni credibilidad.
Alberto
Por Manuel Nieto (@NietoManuelOk).
Todos esos son fragmentos que se desprenden de la pintura que se arma del ex Presidente a partir de la carnicería mediática de filtraciones que a la que estamos asistiendo en los últimos días. Alberto no necesitaba este escándalo a cielo abierto –ni siquiera las acusaciones de corrupción en la causa por los seguros en el Estado- para confirmar su muerte política. Ya era un personaje de poca trascendencia incluso durante el último año de su Presidencia, cuando tuvo que ceder los principales resortes de poder a Sergio Massa.
Así que, más allá del morbo, los memes y los futuros desfiles por Tribunales, “el Caso Alberto” viene a poner en cuestión a todo el sistema que permitió colocar y luego sostener a un presidente que, a todas luces, no estaba a la altura ni en condiciones de ejercer la máxima magistratura. El descuido para tratar al menos de ocultar sus escándalos muestra que ni siquiera tenía en buen funcionamiento su sentido de auto preservación. Alguien que no puede cuidarse a sí mismo está evidentemente condenado al fracaso a la hora de gobernar. No puede ni permitirse soñar con el “Albertismo”, esa idea que se traccionaba desde múltiples sectores desde el 2019.
Claro que en la cadena de responsabilidades hay nombres y sectores más perjudicados. A la cabeza quedaron el kirchnerismo con Cristina, la electora de Alberto, que el viernes consideró que “no fue un buen presidente” y que los videos muestran “lo más sórdido de la condición humana”. Es cierto que la vice y los ministros que le respondían se dedicaron a boicotear en gran medida la fallida gestión del Frente de Todos y en muchas ocasiones apuntaron con sutileza a los problemáticos hábitos de Alberto. Pero nunca renunciaron a las cajas que manejaban, como la Anses, el PAMI o Aerolíneas Argentinas: “Que el Presidente haga en su intimidad lo que quiera, mientras la nuestra esté”. En ese sentido, nadie puede negarle generosidad a Alberto.
El Caso Alberto profundiza la crisis en el peronismo y abre todavía más el distanciamiento de sus dirigentes con la sociedad (aunque ahora todos borren de sus redes las fotos que tienen con él como si contagiara lepra digital), en un contexto en el que las otras alternativas políticas al oficialismo, como podrían ser el PRO y la UCR, directamente están luchando por mantener su identidad y relevancia. El oficialismo de Javier Milei disfruta este momento y gana tiempo en su programa anti inflacionario que deja grandes dudas sobre su sostenibilidad. Pero ese es otro tema. Todo lo que pueda estar pasando ahora se explica por las cosas que pasaron antes.
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