Esta semana me topé con una conversación en X (antes Twitter) en la que diferentes usuarios, en su gran mayoría varones jóvenes, relataban experiencias tristes en sus cumpleaños. Los comentarios eran del tipo “nadie se acordó de saludarme”, “no recibí ningún mensaje en todo el día”, “el único que me dijo feliz cumpleaños fue Google”, “me hace mal ver que todos festejan y reciben saludos menos yo”. La cantidad de respuestas y la aprobación que recibían esas respuestas causan desasosiego: representan a miles de vidas solitarias, signadas por la resignación y el exceso de horas con las pantallas de los celulares iluminando sus caras. a
Los chicos que no reciben saludos de cumpleaños
Por Manuel Nieto (@NietoManuelOk).
Varios de los comentaristas del hilo se identificaron (un poco en serio, un poco en broma, como es el registro que predomina en Twitter) como “incels”, que es la fusión de las dos palabras en inglés para “célibes involuntarios”. Son chicos que desean relacionarse con mujeres, pero las trabas sociales, el miedo al rechazo y sus dificultades de salud mental se lo impiden. Así que los gana el conformismo y se dedican a habitar principalmente el mundo de Internet.
Claro que el dolor, la soledad y la depresión no son un patrimonio exclusivo de este segmento, aunque sí funciona como una marca de identidad. El fenómeno de los incels está ampliamente estudiado, sobre todo en Estados Unidos, a partir de la influencia que tuvieron los usuarios de diferentes foros (el más conocido es 4chan) en la promoción de la candidatura de Donald Trump en 2016. En cada país, estos grupos se vieron representados en los candidatos del estilo Trump, que más allá de un programa económico o un modelo político, expresan mejor que ningún político tradicional la bronca, la angustia, la desesperanza. En el caso de Milei, además, quedó probado que muchos de estos jóvenes pudieron hacer su aporte a la carrera política de su líder, primero desde las redes sociales, viralizando sus videos y defendiendo sus posturas, y luego en los actos políticos en el territorio. A ellos les habla Milei cuando dice “No vine a guiar corderos, vine a despertar leones”.
Es posible que a esos chicos nunca nadie los haya considerado leones hasta que llegó Milei. Y lo mejor es que es genuino: Milei no es un político oportunista y ganador que les dice cosas lindas para que lo voten. Milei les habla desde su experiencia con su padre golpeador, el bullying que sufría en la escuela y las diferentes circunstancias de su vida que lo llevaron a pasar años de su adultez con su hermana y su perro como vínculos afectivos excluyentes. Sin pareja ni hijos y casi sin amigos. Hasta que despertó a su león, se hizo famoso, dio mil batallas, llegó a ser Presidente.
Los jóvenes desahuciados representan el núcleo duro de La Libertad Avanza, el bastión incondicional que puede llenar estadios para escuchar a Milei y que está dispuesto también a poner el cuerpo para fiscalizar elecciones. A ellos está dirigido el documental megalómano que se estrenó sobre el Presidente en los últimos días.
Por supuesto que si solo se tratara de esa minoría intensa Milei, no hubiera llegado al Gobierno. El descalabro económico y la memoria fresca de los fracasos de Alberto Fernández y Mauricio Macri generaron que una mayoría circunstancial lo eligiera, también sintonizando con su bronca.
A diez meses de su llegada al poder, el núcleo duro de sustento del Presidente sigue intacto, pero las encuestas empiezan a marcar que, entre los que no son incondicionales, disminuye su apoyo y aumenta su rechazo. Es lo lógico: el desgaste de la gestión en un país como la Argentina, el impacto del ajuste y la caída de la actividad económica. Aunque en una experiencia como la de Milei la opinión pública cobra más importancia, porque el Gobierno no tiene gobernadores ni intendentes y sus bloques legislativos son muy flacos (en cantidad y en calidad). Hay otra variable: el “dejar hacer” que se impone de abajo hacia arriba –con la gente que pide paciencia- y de arriba hacia abajo –con los políticos tradicionales que especulan con que Milei haga el ajuste que ellos no quieren hacer. En eso estamos: viendo a los diputados que comen asados en Olivos para celebrar que se les negó un aumento exiguo a los jubilados.
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