Esta semana se cumplieron cinco años del inicio de la cuarentena en aquel, por malas razones, inolvidable 2020. Ese año fue, entre otras cosas, un experimento a cielo abierto de cambios sociales y políticos que se fueron dando a toda velocidad y cuyas reverberaciones impactan con fuerza en el presente.
De la cuarentena a la ESMA
Por Manuel Nieto (@NietoManuelOk).
Una cosa que me sorprendió ese año fue la rapidez con que se reactivó “la grieta” -en aquel momento entre kircherismo y antikirchnerismo- luego de las primeras semanas de apoyo generalizado a las medidas de aislamiento. Pasada esa etapa inicial, el país se fue polarizando entre los defensores y los detractores de la cuarentena.
Me resultaba impactante cómo, ante un problema global inédito, para el que a priori no había posiciones preconcebidas, los discursos en relación al tema se acomodaron con las ideologías dominantes: el progresismo / peronismo abogaba por restricciones más severas y más intervención del Estado, mientras que los sectores más liberales priorizaban la autodeterminación de los individuos y el funcionamiento “normal” de la economía.
Esta división ideológica era en muchos casos artificial y solo correspondía a una minoría politizada. La verdadera fractura se evidenció en los intereses sectoriales. Los trabajadores con empleo estable, especialmente en el sector público, respaldaron la cuarentena mientras hacían home office y preparaban pan de masa madre con la tranquilidad del sueldo depositado el primer día del mes. Quienes tenían un empleo independiente, en tanto, clamaban por la reactivación económica, una demanda que primero fue mitigada parcialmente por el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE). Esa fue la verdadera grieta que se hizo más fuerte y que, con el hartazgo total de los segundos, favoreció la llegada de Milei al poder.
La gestión de la pandemia fue un mosaico de aciertos y errores y debe evaluarse desde el marco de incertidumbre con el que los gobiernos tomaban cada decisión, aunque ahora resulte fácil burlarse de pavadas como los arcos sanitarios que le ponían lavandina a los autos. La campaña de vacunación tuvo un relativo éxito, aunque quedó ensombrecida por el escándalo del vacunatorio VIP. Las medidas de aislamiento, excesivamente prolongadas, perdieron legitimidad especialmente tras la difusión de la fiesta en Olivos.
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Un episodio que siempre recuerdo es el del joven “surfer” que, en los primeros días de aislamiento, intentaba ingresar a Pinamar para pasar la cuarentena en la casa de descanso de su familia. El caso se convirtió en un show mediático y fue tan escandaloso que el surfer incluso fue atacado en declaraciones por Alberto Fernández, que tenía niveles de aprobación récord y un gran poder producto de las facultades especiales para reglamentar la cuarentena. El Presidente exponía con nombre y apellido a un ciudadano que, en el peor de los casos, solo estaba cometiendo un delito como tantos otros que se cometen a diario en el país. En aquel momento nadie se indignó y todos seguimos al malón para pegarle al surfer. Parecía lo normal.
Este caso es solo un botón de muestra de la rapidez y la docilidad con que normalizamos cambios como la prolongada suspensión de las clases presenciales y también actitudes autoritarias. Los medios y los periodistas, que siempre somos creadores y amplificadores de sentido común, tuvimos un papel relevante que merece autocrítica. Y no se trató de “sobres”, para usar el término que puso de moda Milei, sino de una ola de consenso que anuló el pensamiento crítico.
Tampoco tiene sentido juzgar retrospectivamente un momento de crisis. El virus era real, la muerte de la gente era real y el miedo, como siempre, lo más real de todo. Pero creo que es importante que nos preguntemos cuánto de nuestro presente se gestó por aquellos meses. ¿Las agresiones coordinadas por Milei a enemigos de turno como Lali Espósito no tienen un eco de aquel ataque de Alberto al surfer? ¿Las políticas represivas de Bullrich no tienen nada que ver con las restricciones de la cuarentena? ¿El auge del odio al Estado que encarnó Milei no está emparentado con el sentimiento de los que no podían trabajar por la cuarentena mientras veían a los empleados públicos como privilegiados?
Termino con otra efeméride. Este lunes se cumple un nuevo aniversario del golpe de Estado de 1976 que abrió las puertas a la violencia y el terror de la última dictadura. Esa época oscura también nos recuerda cómo la sociedad puede acostumbrarse peligrosamente a los abusos del poder, incluso a los peores. La mejor manera de honrar a los muertos a manos de los militares es estar siempre atentos porque, a escalas diferentes, cada época puede tener su propia ESMA y nosotros podemos estar paseando por Avenida del Libertador sin saber nada o, peor aún, sospechando algo pero haciéndonos los boludos.