“Desde que tenía 7 años dije que quería ser enfermera. Me había contagiado de fiebre aftosa. El médico me curaba y se iba, pero la enfermera se quedaba conmigo y me cuidaba y yo quería hacer lo mismo con otros”, aseguró Élida María Giménez, quien tiene 86 años y fue una de las primeras enfermeras de Esteban Echeverría.
La historia de Élida, una de las primeras enfermeras de Esteban Echeverría
La vocación por la enfermería le llegó por una enfermedad en la infancia. Entrerriana de nacimiento, vive desde los 16 años en Esteban Echeverría.
Élida nació en Entre Ríos y a sus 16 años se mudó a Monte Grande con su familia. “Yo estaba enamorada del lugar, me gustaban mucho las calles, los árboles y la gente”, rememoró en diálogo con El Diario Sur. Tenía 16 hermanos, de los cuales hoy le quedan cinco.
Hizo su carrera en San Isidro y después se desempeñó como profesional en la salita “San José”, que se encontraba ubicada frente a la Plaza Mitre. En aquel entonces los centros de salud de la zona eran pequeños y solo contaban con un par de salas de internación, un quirófano y una cocina.
Con el pasar de los años se trasladó al Hospital Santamarina: “Ahí me desplegué más porque había internación y cirugías más importantes”. Durante su carrera, Élida continuó haciendo cursos de enfermería en cirugías, en urgencias y maternidad. Además, más adelante también fue docente de enfermería.
“Lo que más me gustaba era la guardia porque no me preguntaba qué le había pasado al paciente, sino cómo yo podía ayudarlo”, contó Élida. Y agregó: “Yo nunca pude ser indiferente con lo que le pasa a la gente”.
Entre las miles de historias que Élida tiene de todos años de carrera, hay una particular. "Un día llevaron a una niña abandonada al Hospital y yo la atendí. Pasaron ocho meses y ella seguía ahí, era hermosa. Yo era estéril, así que pensé en adoptarla. El día en que me decidí a hablar con el director para ver si existía esa posibilidad, se la habían llevado", contó entre lágrimas.
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Durante su trayectoria, la vecina de Monte Grande aseguró que siempre, antes de una operación u intervención importante en la cuál asistía, ella se encomendaba a Dios: "Le pedía que dirija mi mano, y así era difícil que algo saliera mal".
"No me gusta leer, así que nunca tuve miedo de preguntar, porque era mi única forma de aprender", explicó Élida. En cuanto a los aprendizajes que le dejó la experiencia, comentó: "Cuando fui jefa quería que todas las enfermeras estuvieran pintadas y bien arregladas, con la ropa planchada y sonrientes. Ellas son lo primero que ven los pacientes y tienen que cuidar su aspecto".
Si bien la vecina tuvo que jubilarse antes de tiempo debido a un accidente en el Hospital en el que se rompió la rodilla, remarcó que ayudar es su vocación y que sigue intacta esa iniciativa. “Durante la pandemia me la pasé llorando porque no me dejaban ir a un Hospital”, concluyó.