Columnista | Opinión | Francisco Monzón | Columna

Un abrazo que traspase la pantalla

Por Francisco Monzón (@flmonzón).

Esta nota se publica en el contexto de las fiestas de fin de año. Uso el plural porque en diciembre se acumulan dos grandes rituales que movilizan a gran parte de Occidente: la Navidad y el recibimiento del Año Nuevo. Más allá de las creencias religiosas o de las tradiciones particulares, estas fechas funcionan como un momento de pausa, balance y reencuentro.

Desde la antropología, a los ritos se les atribuyen funciones fundamentales para la cohesión social. Son prácticas que se transmiten de generación en generación y que fortalecen la vinculación entre las personas, más allá de sus diferencias personales, políticas o sociales. Cumpleaños, casamientos, graduaciones, actos escolares, celebraciones religiosas, velorios, carnavales o los festejos por un triunfo deportivo forman parte de ese entramado simbólico que nos reúne y nos recuerda que no estamos solos, aun en contextos de crisis o fragmentación social.

La revolución digital de finales del siglo XX abrió un nuevo terreno donde esos encuentros podían suceder a pesar de la distancia: la virtualidad. Internet y, especialmente, las redes sociales ofrecieron la posibilidad de sostener vínculos sin necesidad de compartir un mismo espacio físico. La pantalla apareció como un puente que acortaba kilómetros, husos horarios y ausencias forzadas.

Las redes sociales habilitaron así un nuevo tipo de vinculación que, desde la interfaz de una pantalla, prescindía del contacto cara a cara. Si bien Facebook no fue la primera red social, se consolidó a mediados de los años 2000 como la más masiva, por lo que su historia resulta clave para entender el inicio de una nueva era en la comunicación.

En sus primeros años, la lógica de Facebook fue sumar la mayor cantidad posible de usuarios, aun cuando no estuviera claro cómo se monetizaría ese crecimiento. Con el tiempo, quedó definido su modelo de negocios: la publicidad segmentada, basada en el uso de datos personales. Para las empresas, pautar allí resultó más económico y efectivo que hacerlo en medios tradicionales.La aparición de nuevas redes sociales, basadas en esquemas comerciales similares, significó un duro golpe para los medios analógicos. El dinero destinado a publicidad no aumentó: se redistribuyó. Lo que hoy cobran las plataformas digitales se descuenta de la pauta de los medios, afectando su sustentabilidad y su capacidad de producción.

Leé más:

El mejor streaming del mundo

Este nuevo escenario trajo un cambio paulatino en el tipo de contenidos a los que accedemos. La lógica algorítmica, que prioriza lo que genera impacto y reacción emocional, fue reduciendo la presencia de publicaciones de familiares y amigos, y aumentando la visibilidad de influencers, marcas y medios.

Volviendo a Facebook, aquella ventaja de origen que representaba estar en contacto con nuestros afectos comenzó a desdibujarse. Incluso su gran diferencial (recordarnos los cumpleaños) perdió encanto con la automatización de los mensajes: saludos prediseñados, emojis festivos y tortas virtuales. La interacción se volvió rápida, impersonal y, muchas veces, mecánica.

Las redes son hoy más comerciales que sociales. El contenido es cada vez más profesional y menos orgánico. Aquello que comenzó como una herramienta de integración social es señalado por profesionales de distintas disciplinas como perjudicial para muchos usuarios. Se cuestiona la desinformación, la promoción de estereotipos corporales irreales y el impacto negativo en la salud mental.

Hubo un tiempo en que internet y las redes sociales funcionaban como una vía de escape del mundo real. Los creadores de la web soñaban con un espacio de libertad, donde la interacción y la empatía contribuirían a una sociedad mejor.

Hoy, paradójicamente, el mundo real parece haberse convertido en una vía de escape de internet. Ese paraíso virtual fue colonizado por corporaciones y nuestros datos personales se transformaron en la materia prima de un negocio multimillonario.

Cada vez más personas prefieren vínculos más cercanos y menos mediados por pantallas. Crece un movimiento que propone dejar de lado la dopamina del scrolleo infinito y recuperar el encuentro cara a cara. Volver a las experiencias reales: una charla con mate de por medio, un llamado telefónico en lugar de un mensaje, un abrazo en vez de un emoji.

Como ocurre con muchas tecnologías, no podemos culpar al artefacto en sí. El problema está en el uso que hacemos de él. Un cuchillo puede servir para preparar una rica comida, pero también puede convertirse en un arma mortal.

Propongo, estimado lector, que aprovechemos estas fiestas para desandar, aunque sea un poco, el camino que desde hace veinte años vienen pavimentando las redes sociales. Retomar el teléfono o la videollamada para quienes están lejos. Que nos duelan las articulaciones superiores por abrazar a todos los que tengamos cerca. Que cada palabra dicha tenga un valor sincero y afectuoso, porque la tecnología nunca podrá aplacar nuestro gen constitutivo: somos seres sociales.

Salud para todos y feliz Año Nuevo.

Dejá tu comentario