La Argentina es, al mismo tiempo, varios países superpuestos. Es la que nos duele con la pobreza y la inseguridad, la que nos frustra con el deterioro económico crónico bajo gobiernos de todos los signos, la que nos indigna con la corrupción transversal a cada partido político. Pero también es la que nos emociona cuando Messi se despide del Monumental entre lágrimas y golazos, la que nos llena de orgullo con la nobleza de su gente en las más diversas disciplinas, y la que nos divierte a risotadas con una inagotable cantera de memes y momentos surrealistas.
Romper las pelotas
Por Manuel Nieto (@NietoManuelOk).
Esa convivencia de luces y sombras, de castillos y callejones de nuestro país geminiano, late en cada uno de nosotros. Y este domingo, en el que los vecinos del conurbano vamos a votar legisladores provinciales y concejales, en muchos pueden prevalecer las sensaciones negativas. Porque los nombres que hay en las boletas les suenan a decepción o porque el mero acto de votar les recuerda a esas tantas otras veces en que luego de las elecciones se sintieron estafados o decepcionados por los políticos a los que eligieron. Como en cualquier circunstancia de la trágica y finita existencia humana, los motivos para el pesimismo y la angustia pueden tender hacia el infinito. Y los resultados de caer en esos bucles suelen ser tormentosos.
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Por eso me parece importante que este domingo, con las urnas abiertas en las escuelas, elijamos el camino del optimismo. Tenemos el tesoro de una democracia sólida y consolidada, donde el voto sigue siendo el arma más poderosa Su potencia está a la vista: Javier Milei es un ejemplo palpable. Cada uno podrá bancar, estar desencantado o incluso horrorizado con Milei, pero no se puede negar que es el fruto de un ejercicio democrático radical de la sociedad argentina. Llegó sin estructura ni experiencia previa, solo con el impulso de la voluntad popular. Votar sirve, entre otras cosas, para que gane o para que no gane Milei.
Hace 42 años que votamos todos los años impares para poner y sacar políticos que hacen las cosas mal, muy mal, regular o bien. Lo naturalizamos. Las generaciones que vivieron la última dictadura ya están fuera de la población económicamente activa. Así que podemos darnos el lujo de decir que el llamado a las urnas cada dos años es una molestia, es muy caro para el erario público o que nos da pereza informarnos sobre los nombres o las propuestas de los candidatos. La oferta política, es verdad, no ayuda. Pero para que mejore la oferta tiene que haber demanda. Y la demanda son ciudadanos que salen de las pantallas y averiguan, reclaman, votan, participan, rompen las pelotas. Es la única manera.


