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De 6-7-8 a TikTok

Por Manuel Nieto (@NietoManuelOk).

En los años en los que el kirchnerismo alentaba su “batalla cultural” desde los medios públicos con el programa 6-7-8 como emblema, los movileros de TN no podían trabajar tranquilos en la calle que siempre aparecía un joven militante a agredirlos, a gritarles “devuelvan a los nietos”, en referencia a la adopción de los hijos de Ernestina Herrera de Noble, sobre la que luego la Justicia comprobó que no tenían relación con la dictadura militar. El trofeo que se llevaban esos buenos muchachos progresistas era que después repitieran sus diez segundos de gloria en los programas K: “Mirá, mamá, salí en la TV, y encima bardeando a Nelson Castro, el que vos escuchás todas las mañanas”.

La secuencia se fue espiralizando y se llegaron a organizar actos en Plaza de Mayo con dirigentes importantes del oficialismo que declaraban a periodistas como “traidores al pueblo”. Toda esta violencia contra las voces críticas era fomentada por un gobierno obsesionado con los medios. Del otro lado también había contribuciones a este clima con el “periodismo de guerra”, como lo bautizó Julio Blanck.

Aquellos rasgos autoritarios hoy siguen presentes en sectores del kircherismo, pero se manifiestan con mayor vehemencia en la nueva “juventud maravillosa”, que no es la de los ahora cuarentones de “La Cámpora” consumidores de 6-7-8, sino en los libertarios con espíritu adolescente (algunos son grandulones, pero lo que cuenta es como se autoperciben). Esas almas están formateadas a puro YouTube, a puro TikTok, con recortes de Milei a los gritos “llenándole la cara de dedos” a tal o cual “periodista zurdo”, de Ramiro Marra “humillando a feminista abortera”.

La generación que cantaba “Néstor no se murió” o rescataba de la nostalgia algún clásico de Baglieto era todavía “televisiva”: iban tan lejos como los validaran desde PPT, la mítica productora de Diego Gvirtz que hacía TVR, Duro de Domar y 6-7-8, entre otras producciones. En cambio, la juventud mileísta es, términos políticos, nativa de las redes, donde los algoritmos benefician aquellos contenidos más “polémicos”, porque son los que más interacciones generan. No se trata de un complot ideológico de Sillicon Valley para radicalizar a nuestros jóvenes: a las grandes plataformas solo les importa aumentar el tiempo en pantalla de los usuarios, para tener más ingresos. Pero ese modelo suele premiar a los creadores de contenido con discursos más violentos, que corren los límites de los mensajes socialmente aceptados. La discusión sobre un mercado de órganos puede leerse como hija de ese ecosistema. El éxito de Javier Milei es, en parte, un producto de estos fenómenos, que se retroalimentan entre los medios tradicionales y las redes.

No quiero decir con todo esto que el trabajo de los periodistas no pueda ser criticado. Es sano que haya evaluaciones y opiniones sobre el desempeño de quienes tenemos la tarea de informar y analizar. Pero cuando las figuras de máximo poder, como Cristina Kirchner o Javier Milei, impulsan discursos intolerantes lo que hacen es mostrar rasgos autoritarios que no son sanos para la democracia.

El ministro de Cultura de la Nación durante la Presidencia de Mauricio Macri, Pablo Avelluto, fue noticia esta semana al hacer pública su posición de no votar a Milei (ni tampoco a Sergio Massa). En una entrevista en Radio con Vos se mostró desencantado con “el giro” de Mauricio Macri hacia posiciones de derecha radicalizadas, como la que expresa Milei, pero que también tienen su correlato con Bolsonaro en Brasil o Trump en Estados Unidos (y que terminaron bastante mal). Avelluto dijo en diálogo con Ernesto Tenenbaum que su visión cuando se integró al equipo de Macri no era “cambiar un autoritarismo por otro” sino fomentar la pluralidad y la diversidad de voces. Desde esa lógica, se le hace imposible ahora votar por La Libertad Avanza.

Entre sus muchos apremios y urgencias, el próximo gobierno debería tomar el camino de bajarle un cambio al grado de agresividad del debate público. El que gane, sin ninguna mayoría opulenta tanto a nivel institucional como social, va a estar obligado a dialogar, convencer y negociar. Si hay una certeza es que ningún genio va a poder bajar la inflación de un plumazo ni sacar rápidamente de la pobreza a los millones de argentinos que, aun teniendo trabajos formales, no tienen manera de llegar a fin de mes y viven con desesperación el deterioro de su economía. Ese desasosiego es el que sintoniza con la motosierra de Milei y con las ganas de que “todo estalle”, que hasta lo puso en palabras explícitas Patricia Bullrich esta semana. ¿Estallará o habrá tiempo para el diálogo?

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