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Yo. Vengo a ofrecer mi corazón

Por Ricardo Varela.

A los 75 sigue tomándose el tren buscando los horarios de su ramal en la aplicación del celular.

No es un hombre famoso pero debiera serlo. La gente tendría que pedirle fotos y autógrafos si lo conociera. Dedicó gran parte de su vida a los demás, incluso al punto de priorizarlos ante sí mismo.

Cada uno de los que sí conocen hablan de su bonhomía, su “don de gente”, su profesionalismo, rigurosidad, tolerancia y la inquebrantable búsqueda de espacios de diálogo y encuentro. “Consenso no, consenso supone un paso posterior al diálogo donde una de las partes tuvo algo que ceder. Prefiero buscar acuerdos, y si no se logran: bienvenidos los consensos”.

En los 70 se autoexilió en el sur, refugio de muchos militantes en los tiempos más oscuros del país. En un pequeño pueblo rionegrino logró dar la pelea y dejar huella con sus mejores armas: un libro y una pelota de básquet.

Así fue una de las leyendas deportivas del lugar en calientes noches frías. Con gimnasios de techos altos y colmados de bote a bote. No había transmisión televisiva ni celulares. Ni triples y minutos de tenencia. La crónica, más allá del resultado final, era un sin fin de anécdotas del relato oral, que de boca en boca hacían más épico lo épico. El paso del tiempo hizo el resto. Un equipo de amigos de un pueblo perdido en el mapa jugaba a la altura de los grandes clubes del país. Si ese tiempo de los años 70 hubiese ocurrido en la actualidad, estaríamos hablando de nuestro protagonista como un jugador profesional, multimillonario, viviendo en alguna ciudad de las grandes ligas del mundo o en las estadounidenses de la NBA. ¿Quién sabe?

La realidad real dejó los hitos deportivos en el recuerdo colectivo de los más grandes de Cinco Saltos y en las paredes del polideportivo municipal que lleva los nombres de aquella “generación dorada”.

Los fines de semana brillaba en la cancha y durante la semana en las aulas de las únicas dos escuelas secundarias del lugar. La pelota y el libro eran en realidad una pila de libros de historia: la Grecia de las leyes, el imperio romano, las edades y eras históricas, la constitución de la vieja europa, amerindia y colonización, tratados, guerras civiles y mundiales, el nacimiento de la Argentina como país, son solo algunos de los títulos de libros y colecciones de una biblioteca que sobrevivió a mudanzas y anduvo kilómetros.

Casi cuarenta años después sus alumnos se juntan y no lo invitan como uno más, es él quien los convoca. “Fue el profesor que nos hizo pensar, que nos abrió la cabeza, que nos mostró el mundo desde el culo del mundo. A alguno de nosotros lo marcó para toda la vida. Fijate que hoy somos una tribu bien distinta, uno es empresario multimillonario y vive en España, otro se quedó en el pago, otro dirige la universidad privada más importante del país, otros fueron funcionarios y legisladores nacionales y provinciales, pero a todos nos convoca el encuentro anual con Mario”.

Aquel profesor trascendió las aulas (y el pueblo) y fue elegido para conducir el ministerio de educación provincial. Allí, a lo largo de 8 años, dejó otros hitos. No eran dobles esta vez. Fue la creación de programas innovadores que hicieron de una provincia del sur el faro donde miraban investigadores y pedagogos de todo el país. Adelantó a su tiempo poniendo en debate la relación educación/trabajo, el reconocimiento y la acreditación de saberes no incluidos “en lo escolar”, articulando entre niveles de enseñanza para que dejaran de ser departamentos estancos. Creó programas donde el arte y el deporte tenían el mismo peso que la lengua y la matemática y trabajó para que la educación fuera el vehículo social ascendente que confirma cada año en el encuentro con sus ex alumnos.

Años más tarde la política lo trajo a Buenos Aires (donde atiende Dios). Aquí completó otros cuatro años al frente del sistema educativo porteño, dejando su sello. Creó un programa para que músicos del Teatro Colón lograran la primera orquesta de cámara con alumnos de primaria en la villa de Lugano (hoy el programa es nacional con más de 60 coros y orquestas). También diseñó un programa de terminalidad de escuela media a distancia (que 20 años después es uno de los caballitos de batalla de un Rodríguez Larreta que quiere ser presidente).

El Consejo Federal de Educación es la reunión mensual de todos los ministros de educación del país. Allí se define (para bien y para mal) lo que pasa en las escuelas argentinas. Hay una sola persona que estuvo en esa mesa 12 años. Es el que se toma el Roca para seguir dejando huella, armando reuniones donde el consenso es el último recurso, abriendo ventanas donde se cierran puertas.

Mario Alberto Giannoni no es un héroe anónimo. Es más, te lo podrías cruzar en cualquier esquina de tu barrio. Pero no estuvo en gran Hermano, ni fue el notable basquetbolista que ésta época le permitiría vivir del deporte.

Es mucho más que eso. Es un ejemplo para recuperar la energía cuando la realidad agobia, y bajar los brazos parece inevitable. Fito musicaliza el párrafo final con un ¿quién dijo que todo está perdido? (La respuesta está en el título).

Buena semana.

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