El historiador y escritor israelí Yuval Noah Harari, gurú contemporáneo autor del libro “Sapiens. De animales a Dioses”, postuló en estos días que las “nuevas derechas”, entre las que podríamos ubicar a Javier Milei siguiendo el camino de Donald Trump y Jair Bolsonaro, entre otros, están subvirtiendo el rol entre conservadores y progresistas.
La moneda en el aire
Por Manuel Nieto (@NietoManuelOk).
En este contexto, son los conservadores los que quieren dar vuelta las instituciones que rigieron por décadas la vida del Estado por considerar que fracasaron, que ya no sirven, que están todas mal. En el caso argentino, la prédica contra la casta, el Congreso, los gobernadores y Lali Espósito no es conservadora sino revolucionaria: tiene que ver más con los modos de los bolcheviques rusos que con Carlos Menem.
¿Y la oposición de qué se disfraza? El kirchnerismo está incapacitado para ser repentinamente el guardián de las instituciones. A pesar de que demostró su linaje democrático aceptando sin chistar cada una de las muchas derrotas electorales que sufrió, es un movimiento que no tiene vocación, capital ni credibilidad para levantar banderas republicanas. Tras la victoria arrolladora de Cristina en 2011, en su momento de mayor poder, el kirchnerismo tuvo ensoñaciones chavistas, como la reforma judicial para que los jueces y fiscales sean elegidos a través del voto popular o la fantasía con reformar la constitución y habilitar una nueva reelección.
Tampoco pareciera ser el kirchnerismo el grupo indicado para diferenciarse del tono confrontativo de los libertarios. Ni tiene logros económicos para mostrar en los últimos diez años que le permitan distanciarse de este penoso presente: el INDEC publicó esta semana que la pobreza terminó en 2023, al final de la gestión de Massa como ministro de Economía, alcanzando al 41,7% de la población; casi igual al 42% registrado en 2020 con la parálisis de la actividad económica de la pandemia y la cuarentena.
Esta es solo una muestra de la patada en el tablero que viene dando Milei, que sabe que su principal activo es su imagen, apalancada en las esperanzas de mejora que genera en la gente. También está claro que la fortaleza de las instituciones no es una preocupación central en un momento de crisis económica. Por eso el Gobierno puede postular al polémico juez Ariel Lijo a la Corte Suprema sin sufrir desgaste.
El despido de empleados públicos no solo no desgasta la imagen del Presidente sino que, por el contrario, le garpa. Es evidente que Milei toca una melodía que está instalada en la sociedad, y que tiene dosis importantes de verdad: la de los ñoquis y militantes rentados en el Estado. Pero el Gobierno de La Libertad Avanza logró darle una épica que lleva a que sus simpatizantes festejen los despidos en las redes sociales. Dijo el escritor Martín Kohan que esta es “la era de la crueldad”. Está captando algo: en cualquier otra época, celebrar a cielo abierto que otro argentino se quedara sin trabajo (salvo con Sampaoli en la Selección) no hubiera sido una conducta honorable. Pienso en las privatizaciones de los 90: por muy convencido que se estuviera de la necesidad de modernizar al viejo Estado argentino, ¿alguien pudo haber celebrado los despidos de Entel o los ferrocarriles?
En cualquier caso, es esta actitud desprovista de culpa para hacer el ajuste lo que le está permitiendo a Milei ganar la batalla en la opinión pública. Ante la celebración de la motosierra y la licuadora, no hay paros ni movilizaciones masivas: esas herramientas están desacreditadas como mecanismos de la casta para defender sus privilegios.
Esta semana el Presidente abrió la que puede ser su batalla más dura en el frente económico. “Vamos a dejar un mínimo de pesos en circulación y el proceso de remonetización de la economía tendrá que darse sacando plata del colchón”, dijo en referencia a los ahorros en dólares de los argentinos. Estarán los que tengan que quemar esos “canutos” por no tener otra opción, y quienes puedan posponerlo todo lo posible, y muy posiblemente lo hagan. Con ese plan, la recesión puede ser más larga y más dolorosa y se escapan las posibilidades de recuperación ágil en V. Es el precio que el gobierno está dispuesto a pagar para bajar la inflación. La moneda está en el aire.
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