Esta fue la mejor semana para el Gobierno de Javier Milei desde que llegaron al poder hace seis meses atrás. Los libertarios festejaron la aprobación de la Ley Bases en el Congreso, el índice de inflación del 4,4% en mayo (en caída por quinto mes consecutivo), la renovación del swap de monedas con China por 500 millones de dólares y la posibilidad de que se amplíe el crédito con el Fondo Monetario Internacional. Y la celebración llegó para Milei en lo que parece ser su escenario favorito, un foro internacional, como el G7, con caras amistosas como la de la presidenta italiana Giorgia Meloni, de su mismo palo ideológico. El brindis de festejo fue lejos de la casta. Para lidiar con esos inconvenientes terrenales puso de jefe de Gabinete a Guillermo Francos: para que tome los cafés y haga las negociaciones.
Un éxito para el Gobierno que marca el fin de las excusas
Por Manuel Nieto (@NietoManuelOk).
El Presidente se corrió de las conversaciones y permitió a su oficialismo funcionar con las artes de la política tradicional. Algunos procedimientos fueron más transparentes y otros más escandalosos, como la designación de la senadora neuquina Lucila Crexell como embajadora en París ante la Unesco a cambio de su voto afirmativo. Hubo modificaciones importantes al proyecto original, que seguramente disgusten a los libertarios más puristas. Pero la ley, con el desempate de la vicepresidenta Victoria Villarruel, salió.
Si se toma en cuenta que el Gobierno tiene solamente 38 diputados y siete senadores, se trató prácticamente de una hazaña parlamentaria. Sobre todo porque no se trata de una ley tradicional, sino de un paquete que incluye cambios impositivos, ventajas para la inversión extranjera, delegación de facultades, privatizaciones, una reforma laboral y un blanqueo, entre otros ítems. Todo en medio del “ajuste fiscal más grande de la historia”, como dice Milei, con un fuerte impacto en las provincias (que controlan a los legisladores) y con una recesión galopante con consecuencias muy feas a la vista. Y encima con agresiones constantes del Presidente no solo a sus opositores más irreconciliables (digamos, el Kirchnerismo, Grabois, la izquierda), sino también a los que podrían tener coincidencias parciales de alcance limitado, como la UCR, con Martín Lousteau como víctima de la “demonización” libertaria.
¿Por qué el Gobierno logró tener ley a pesar de todas esas adversidades? ¿Cómo hizo un presidente que declara ser “el topo que destruye al Estado desde adentro” para que el Congreso le delegue facultades legislativas?
En primer lugar, es evidente que los mecanismos democráticos del Congreso, lo que cualquier presidente ve como “trabas”, funcionaron con cierta salud. Las iniciativas más absurdas y polémicas del proyecto original del Gobierno, que iban desde exigir autorizaciones a las reuniones públicas de más tres personas hasta la obligación de los jueces de usar toga, quedaron sepultadas. Las facultades delegadas también se achicaron.
Milei no pudo llegar al extremo, pero lo que consiguió (que es mucho) descansa sobre sus altos niveles de aceptación. Su mensaje claro y contundente que se mantiene en el tiempo, más el recuerdo todavía fresco del fracaso de Alberto Fernández y Sergio Massa, con el antecedente previo de Mauricio Macri, le permiten seguir arriba ante la opinión pública. También con la desaceleración de precios que es cada vez más palpable: el 4,4% de mayo fue el valor más bajo en 28 meses, desde enero de 2022.
¿Y ahora cómo sigue esta historia? Con el Gobierno de Milei con la suerte en sus propias manos. La aprobación de la Ley Bases desacreditó la hipótesis oficial de la casta que conspira y está dispuesta a todo para quebrar al Presidente. La denuncia de “golpe de estado moderno” que hizo Patricia Bullrich por las protestas afuera del Congreso la metió de lleno en el ridículo. El tiempo de las excusas quedó agotado.
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