¿Se la jugó por el peronismo y, con una movida audaz y creativa como las que solo ella puede ser capaz de imaginar, bajó al barro de la tercera sección electoral para impulsar a su fuerza política en medio de la “ola violeta”? ¿O simplemente se reservó el único casillero en el que el peronismo tiene asegurada una victoria para quedar como la única figura competitiva de la oposición la noche del 7 de septiembre, cuando los bonaerenses hayan votado por primera vez en comicios desdoblados? ¿O quizás algo más práctico: es el camino más corto para recuperar los fueros judiciales, justo cuando la Corte Suprema puede, en cualquier momento, tomar una decisión que la deje privada de su libertad por la Causa Vialidad?
La tercera sección, el cuarto poder
Por Manuel Nieto (@NietoManuelOk).
Posiblemente un mix de todas esas motivaciones hayan llevado a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner a tomar la inédita decisión de ser candidata a diputada provincial representando a los distritos del sur y este del conurbano -es decir, los nuestros- en la opaca Legislatura Bonaerense. El apuro y la concordancia con los tiempos de sus causas judiciales sugieren que, tal vez, la necesidad de fueros se esté volviendo una urgencia para la flamante candidata.
Del otro lado de la interna peronista, el gobernador Axel Kicillof, que carreteaba para romper con su mentora e intentar dar inicio a una renovación de la principal fuerza opositora, tardó apenas unas horas en aceptar reunirse con ella. Le llevó una lista de “exigencias” para lograr la unidad. ¿Qué son esos pedidos? Fácil de imaginar: lugares en las listas para quienes que le son leales. Así que toda la gran novela de la interna peronista y la estrategia para enfrentar al gobierno de Milei quedó reducida a la pelea por quiénes van de legisladores provinciales o de concejales. A nadie se le pasa por la cabeza plantear un debate de ideas, explicar qué alternativas reales y serias podrían tener los argentinos frente a La Libertad Avanza o ensayar una autocrítica honesta sobre cómo se llegó al desastre del gobierno de Alberto Fernández -con Massa como ministro de la inflación en su última etapa.
Con este panorama sumado al crepúsculo de Mauricio Macri, la larga agonía de la UCR y la complicidad de la mayoría de los gobernadores, Javier Milei tiene el camino despejado para sacarle el jugo a sus logros macroeconómicos: la baja de la inflación, la estabilidad del dólar, el fin del déficit fiscal, la caída del riesgo país, la vuelta del acceso al crédito. Siempre están, claro, las preguntas sobre la sostenibilidad del modelo: industrias perjudicadas por la apertura de importaciones y la consecuente pérdida de empleos, en un contexto de fuerte retracción de los salarios y el consumo.
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Con la calidad berreta de sus opositores preocupados por las listas seccionales y la inflación en baja, Milei y sus ingenieros de la opinión pública tienen detectado a su principal adversario: los periodistas. La repetición de la frase “no odiamos lo suficiente a los periodistas” por parte del Presidente y sus adláteres muestra que es mentira la otra “verdad” que quieren instalar: que el periodismo está muerto, que somos todos “ensobrados”, que la gente ya no nos cree y que se nos consume cada vez menos. Si fuera así, si estuviéramos tan muertos y nuestra actividad representara apenas un estertor decadente del siglo XX que se niega a morir, ¿por qué invertir tanta energía en denostarnos? Simple: porque en realidad no somos tan débiles (aunque la amable conversación de Gustavo Sylvestre con CFK de esta semana no sea un ejemplo virtuoso de nuestras fortalezas).
El gobierno de Milei exacerba lo que los gobiernos anteriores ya venían mostrando: la importancia del relato como pieza fundamental de la gestión. Contar una historia todos los días, sin dejar que la verdad se interponga en el camino de construir enemigos, falsear datos o festejar supuestos goles. Un periodista que, sin ánimos de ser un héroe, se pone simplemente a hacer su trabajo con dignidad, encuentra cada día los agujeros del relato. Todos los gobiernos preferirían no tener la molestia de una prensa independiente. La novedad de Milei es que se atreve a vociferarlo a cielo abierto todavía con más ímpetu que el Kirchnerismo, con el efecto cascada que eso lleva en otras escalas.
Así que este 7 de junio, que es el día de los que no somos lo suficientemente odiados por el gobierno, quizás tengamos que pensar en la forma de que nos odien más, siempre y cuando eso implique defender nuestros valores de toda la vida: la verdad, la libertad de expresión, la pluralidad de voces y la democracia.