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"Los pibes de Malvinas que jamás olvidaré": historias, vivencias y reflexiones de ex combatientes de la región

Miguel Cobas, Beto Aguirre, Elvio Luna, Eduardo Gil y Jorge Sabbagh contaron lo que vivieron en Malvinas.

Las experiencias de los veteranos de Malvinas de San Vicente

“Tuve que elegir a qué compañeros salvaba y a cuáles dejaba morir”

Miguel Cobas – Centro de Héroes de Malvinas de San Vicente

Miguel Cobas es mecánico y dueño de una agencia de autos usados en Almirante Brown. Tiene 61 años y lo convocaron para ir a Malvinas meses después de haber obtenido la baja en el servicio militar obligatorio. A más de cuatro décadas de la guerra, y a pesar de tener una vida ordenada, con una familia afectuosa, no hay un día en que Miguel no piense en la experiencia más traumática que le tocó vivir en esos 72 días en las Islas.

“En el peor ataque que sufrió mi batallón, me mandaron a ir a buscar a los heridos. Me indicaron que a los que estaban muy mal no los trajera, porque se me iban a morir por el camino, los tenía que bajar por una colina, como 15 cuadras. Así que tuve, entre comillas, que elegir compañeros. Todo eso mientras picaban las balas alrededor”, relata Cobas, con esfuerzo para no quebrarse. Años más tarde logró reencontrarse con uno de los soldados que “bajó” de la colina, quien lo reconoció y le dio las gracias; ahora los une un vínculo inquebrantable, que solo ellos pueden comprender en su dimensión.

Este integrante del Cetro de Héroes de Malvinas de San Vicente asegura que al final de la guerra sintió “frustración y mucho dolor por todos los compañeros que había perdido”, así como “alivio” por el calvario que terminaba. Después llegó el tiempo de la reconstrucción. Pudo volver a trabajar ni bien llegó de la guerra gracias al gesto de vecinos que, como una apuesta de fe, habían dejado autos para arreglar en el taller improvisado que tenía en la casa de sus padres.

“A nosotros nos taparon con diarios cuando volvimos porque éramos la vergüenza del país. Por eso es tan importante ahora tener un centro de ex combatientes, donde nos podemos juntar, charlar, si queremos llorar lloramos. Es nuestro segundo hogar”, define Cobas.

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“El final de la guerra fue la parte más dolorosa”

Beto Aguirre – Centro de Héroes de Malvinas de San Vicente

El 30 de marzo de 1982, Jorge “Beto” Aguirre, a sus 20 años, participó de la histórica marcha de la CGT en contra del Gobierno Militar que encabeza el dictador Leopoldo Galtieri. Logró escapar de la represión policial y volver a su casa. Tres días después, cuando escuchó la noticia de la recuperación de las Islas Malvinas, supo que allí iba a estar su destino, por haber terminado el servicio militar solo unos meses antes. “Organicé una cena en mi casa y presenté a mi novia. Le pedí a mi familia que la cuidara porque iba a ser la mamá de mis hijos. Y así fue”, recuerda “Beto”.

Aguirre dejó los aires pampeanos de San Vicente para dormir en Malvinas junto a un grupo de compañeros dentro de un pozo tapado con tirantes, entre el agua, la nieve, el viento, el frío extremo. “La compañía en la que yo tuve el honor de servir tuvo 12 horas de combate en una de las grandes batallas de Malvinas. Fue la que más bajas tuvo, 36 fallecidos y 152 heridos. Empezó a las nueve de la noche con tiros de ametralladoras, bombas y gritos. Fue un desconcierto total porque no veíamos nada. Estábamos mal alimentados y con mucho cansancio. Era como una película. Mi compañero de pozo perdió un ojo al lado mío por la esquirla de una bomba”, recuerda.

Beto fue a Malvinas movido por el deber patriótico. Por eso sintió una especial desazón con la derrota y el final de la guerra. “Fue la parte más dolorosa”, dice. También el frío recibimiento en el país. “Los militares nos hicieron jurar que no podíamos hablar de Malvinas, y muchos hicimos caso por algunos años, hasta que nos empezamos a juntar y reclamar nuestros derechos”, señala. Y destaca “la hermandad, el compañerismo, la afinidad que tiene un veterano con otro”. “Nos miramos y nos entendemos”, define.

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“Cuando volvimos éramos los loquitos de la guerra, nos trataban como leprosos”

Elvio Luna – Centro de Héroes de Malvinas de San Vicente

El vecino de San Vicente Elvio Luna, de 63 años, sintió orgullo ante el llamado para ir a la Guerra de Malvinas. “Sentía esa presión de querer hacer algo propia de un pibe de 18 años. Para mí fue un orgullo defender a la patria. Más allá del servicio militar, nuestros padres nos enseñaron mucho, y para nosotros nuestros ídolos eran San Martín y Belgrano”, comentó Elvio, que en ese momento vivía en Almirante Brown.

Pero ese orgullo convivía con el miedo. “Viví la guerra con mucho dolor, con mucho miedo a terminar muerto, a que murieran mis compañeros. El miedo a la vez me dio coraje para seguir vivo”, reflexiona Elvio, que recuerda que en la guerra “de noche se sentían las balas por todos lados, teníamos que estar atentos, nosotros tirábamos pero no sabíamos si les dábamos a los ingleses, apuntábamos por las coordenadas”.

“El final de la guerra fue una bendición” para Elvio. “Mi papá compró una bolsa de papas y me la terminé en unos días, me la pasé día, tarde y noche comiendo papas fritas”, recuerda. “Después vino el calvario para encontrar trabajo. Nosotros éramos los loquitos de la guerra, nos trataban como leprosos, y estábamos censurados, no podíamos hablar”, repasa.

En poco tiempo pudo conseguir un empleo estable y luego formar una familia. El momento más emotivo de su vida llegó años después, cuando en un encuentro de veteranos en Córdoba, se reencontró con sus compañeros de batallón de Malvinas. “Lloré tan solo por verlos, fue muy fuerte. A los veteranos nos hace mucho bien poder estar juntos. Siempre la herida va a seguir abierta, pero podemos cerrar una parte y encarar mejor el hecho de estar en sociedad”, asegura.

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Después de la guerra, la batalla contra las adicciones: “Pensaba que si no me habían matado los ingleses, nada me podía matar”

Eduardo Gil – Centro de Héroes de Malvinas de San Vicente

El vecino de la localidad de Domselaar Eduardo Gil no ahorra detalles a la hora de contar su experiencia en la Guerra de Malvinas. Desde la inocencia de ofrecerse como voluntario a los 18 años para ir a las islas, “pensando que era un paseo”, hasta los dos meses llenos de situaciones extremas, buscando estrategias para sobrevivir. “Llega un momento en el que te acostumbrás al olor a sangre”, apunta.

Tardó más de 15 años en desbloquear el recuerdo que más lo marcó de la guerra: cuando, tras la rendición argentina, trabajó transportando cuerpos de compañeros caídos en el campo de batalla. “En un momento se iba un helicóptero y me decían que entrara, pero me quise quedar, estaba desesperado por seguir buscando a mis compañeros, saber si estaban vivos”, suma.

Según Eduardo, ese impulso fue producto del “estado catatónico” en el que entró cuando le tocó servir como enfermero en el hospital de campaña. “Primero fui porque estaba con un problema de hemorroides muy fuerte. Y al día siguiente empezaron a caer heridos y no daban abasto, entonces me pusieron de enfermero. Entraban chicos con agujeros por todos lados. Uno se me murió en los brazos y ahí hice un click. Me preguntaba ‘¿dónde mierda estoy?’”.

Después de las experiencias con la sangre, los días sin dormir y los pies congelados en el agua de las trincheras mientras explotaban las bombas, para Eduardo, en el continente “empezó otra guerra”. Se dio cuenta que no podía hablar de la guerra a menos que se alcoholizara, y pronto se volvió adicto a la bebida y luego a la cocaína. Llegó a tener brotes de violencia que lo hicieron desconocerse. Más de diez años le llevó reponerse, con asistencia psicológica y apoyo familiar. Hoy es padre de dos hijos, tiene dos nietos y está en pareja, en la tranquilidad de los aires de campo. “Yo pensaba que por haber sobrevivido a la guerra era invencible, que si no me mataron los ingleses nada me podía matar, pero fue muy importante buscar ayuda”, remata.

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“Cuando terminó la guerra nos engordaron como pollitos hasta que pudimos volver a nuestras casas”

Jorge Sabbagh – Ex presidente del Centro de Veteranos de Esteban Echeverría y fundador de la ONG “Malvinas, educación y valores”

Jorge Sabbagh tiene 60 años y en 1982 fue convocado a participar de la guerra de Malvinas como tantos otros vecinos de Esteban Echeverría, que estaban en el servicio militar. En su caso fue distinto ya que era soldado profesional de la Fuerza Aérea desde 1978 cuando egresó de la Escuela de Suboficiales, donde logró la aptitud de comunicante.

“Estaba de acuerdo en defender la Patria, lástima las condiciones. Estaba muy enamorado, me había comprometido hace un mes y solo me podía comunicar por cartas”, señaló el ex combatiente. Los primeros días en Malvinas fueron relativamente tranquilos hasta que el 1° de mayo de 1982 las fuerzas británicas bombardearon el aeropuerto. “Fue algo terrible. Todavía recuerdo los gritos, como corríamos para salvar a los heridos. Muchos murieron en el momento también”, rememoró Jorge, que en el marco de una tarea, sufrió una caída al agua a 15 grados bajo cero; eso le produjo un neumotórax y debió ser trasladado al continente.

“Fue dura la vuelta. Vinimos todos escondidos” sostuvo Jorge Sabbagh. “En la Fuerza Aérea nos engordaron como pollitos en la Escuela de Suboficiales de Ezeiza. Estuvimos ahí hasta que pudimos volver a nuestras casas”, agregó.

“La gente siempre pensó que éramos unos pobrecitos, mandados por un viejo borracho. Pero hay que escuchar lo que siempre dijeron los británicos: estaban aferrados a las piedras y pelearon como leones”, reflexiona Sabbagh. Siguió su carrera en las Fuerzas Armadas y durante 20 años no pudo hablar de las experiencias de la guerra. Luego fue presidente durante muchos años del Centro de Veteranos de Guerra de Esteban Echeverría y más tarde se convirtió en una de los fundadores de la ONG Malvinas, Educación y Valores. “Trabajamos para transmitir historias y valores a las escuelas de forma gratuita. Para contar la historia de nuestros héroes que la mayoría pasaron del calor del Norte del país a temperaturas bajo cero y lo dieron todo”, finalizó.

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