Ex jugador de fútbol, director técnico y, sobre todo, un referente del deporte de San Vicente, Ruben Arenas, conocido como “El Narigón”, falleció este lunes a los 77 años. Su partida genera un profundo pesar entre su familia, sus amigos y la gran cantidad de vecinos que lo conocieron a lo largo de los años.
Despedida: las mil historias de Ruben "el Narigón" Arenas, el Señor Fútbol de San Vicente
Ruben Arenas falleció este lunes a los 77 años. El recuerdo de una entrevista realizada por El Diario Sur en 2022.
A continuación, reproducimos un perfil sobre Ruben publicado por El Diario Sur en marzo de 2022
Para Ruben “El Narigón” Arenas, cada apellido viene acompañado por un número de dos cifras: 75, 83, 90. Son las categorías de los equipos de fútbol infantil y juvenil que dirigió a lo largo de décadas en San Vicente y de los que recuerda formaciones completas, jugador por jugador, como si estuviera listo para parar el equipo en cancha y plantarse ante cualquier rival. Antes de técnico fue jugador: llegó a disputar algunos partidos en la primera de San Telmo y tuvo dos décadas como leyenda local en los recordados campeonatos de “papi” del Club Deportivo San Vicente. Esos antecedentes, entre otros, marcan que su nombre (o mejor su apodo) sea sinónimo de fútbol en la ciudad. Ahora, a los 75 años es consciente de esa historia y busca mantenerse activo, siempre atrás de alguna pelota.
Ruben “el Narigón” Arenas recibió en el quincho de su casa a El Diario Sur para un repaso por su biografía. La conversación se mantuvo durante tres horas y se coronó con un inesperado partido de ping pong, que incluyó indicaciones para mejorar la técnica del revés. Hubo también un reto de su esposa, Teresa, por haberse olvidado de sacar la seven up, los maníes y las papas fritas que estaban preparados como picada.
En el quincho está su museo personal. Decenas de fotos de los equipos en los que jugó y que dirigió, un salto a cabecear con la camiseta de San Telmo, escudos de Boca y del Club Deportivo San Vicente, trofeos, posters de Eva Perón, libros sobre Bilardo y Maradona, retratos familiares con sus tres hijas y sus tres nietos.
“Hace seis o siete años me encontré con un muchacho que ahora es constructor y que yo lo había dirigido pero que no tenía condiciones para llegar a ser profesional. Entonces siempre le hice hincapié en el tema del estudio. Me cruzó y me dijo: ‘Ruben, yo de usted no me olvido más, porque me mandó a estudiar y me enseñó a ser un ganador. Es una de las cosas más lindas que me dijeron”, recuerda Arenas.
Con ese espíritu apunta a seguir en el mundo del fútbol. Ahora es dentro del área de Deportes del Municipio de San Vicente, recorriendo entrenamientos de clubes de barrio para tratar de aportar su experiencia. “Hoy si llevás a un pibe a un club de primera, tiene que pegarle bien con las dos piernas, cabecear con los dos parietales, todo ese tipo de cosas. Y acá en San Vicente quiero trabajar eso, los fundamentos básicos”, apunta.
Lo hace con cautela y con permisos limitados de su familia. En 2019 pasó 21 días en terapia intensiva luego de haber sufrido un ataque cardíaco. Le quedaron dos bypass como recuerdo. “Fue desesperante porque no podía estar con mi familia al lado. Pero eso ahora me da más ganas de seguir con proyectos”, apuesta.
De la primera de San Telmo a los míticos campeonatos del Deportivo
Nacido en San Vicente en 1947, Ruben refleja una infancia humilde en “una casilla de las que entregaba Perón”. Fue alumno de la Escuela 1, y desde siempre su vida estuvo ligada al fútbol. Su primer club fue “el Pesoa”, que funcionaba donde actualmente se encuentra la plaza homónima. A los 16 años llegó a la primera, con la que competían en diferentes ligas regionales.
Junto a otros jugadores de su época, pasó por pruebas en Independiente y Vélez. A los 19 años quedó en San Telmo y a los 20 le llegó el turno de hacer el servicio militar obligatorio. Finalmente debutó en primera a los 21 años e integró el plantel de San Telmo que se coronó campeón de la segunda división en 1969. Para la temporada siguiente se preparaba para jugar en Morón, pero una hepatitis selló su retiro del fútbol profesional.
En el amateurismo siguió compitiendo dos décadas más. En Cañuelas, en el Deportivo San Vicente y en donde lo convocaran. Primero de once, llevando la pelota con la zurda pegada a la raya, luego de nueve. Y en paralelo en el fútbol 5, donde quedó en la historia de los campeonatos organizados en la cancha del “Depo”. Así lo exponía el semanario El Pueblo en su edición del 22 de abril de 1983, donde destacaban que en los 20 campeonatos jugados en los 16 años previos, Ruben había estado en 16 semifinales y había alcanzado ocho títulos. En ese momento tenía 35 años y todavía tenía varias competencias más por delante, hasta que a los 40 sufrió una fractura que lo hizo dejar de jugar.
“Los campeonatos de papi en el club eran una cosa de locos. Venían equipos de todos lados, con un nivel muy bueno. Jugábamos con nombres de comercios que nos compraban las camisetas”, rememora Ruben. En esos certámenes, ante una cancha que se colmaba de vecinos, se consolidó su fama de “mañero”, que él admite que tiene bien ganada. “Me pegaban mucho y yo también repartía de lo lindo. Era de tirarme al suelo y hacer teatro para que le sacaran tarjeta al contrario. Yo siempre la miraba a Teresa que estaba en la tribuna y le guiñaba un ojo para que no se preocupara”, ilustra. Si bien el ambiente era familiar, también se daban ocasionalmente algunos enfrentamientos y hasta hubo una noche en la que terminó durmiendo en la comisaría por una pelea.
Taxista o comerciante, pero siempre respirando fútbol
En paralelo a su pasión por el fútbol, tuvo diferentes trabajos a lo largo de las décadas. Fue vendedor de diarios en Plaza Constitución y empleado en las fábricas Alpargatas y General Motors. Fue taxista, tuvo una carnicería y una casa de deportes. Se jubiló como empleado de Vialidad de la Provincia y también integró el área de Deportes del Municipio, ejerciendo como director entre 2006 y 2009.
Ya en sus últimos años como jugador empezó a dirigir e hizo el curso oficial en 1991. El impulso por armar equipos era la cara una misma moneda. Formó grupos para ligas regionales y llevó a decenas de equipos a los Juegos Bonaerenses. Con uno de ellos clasificó para otra competencia en Miami.
También se mantuvo ligado al club Cañuelas, impulsó la apertura de una filial del club Banfield que funcionó en el Club Social de Alejandro Korn y buscó conectar a promesas locales con clubes de primera. Su otro vicio es el ping pong, con el que llegó a un cuarto puesto en los Bonaerenses para adultos mayores. Además de ir a ver a Boca a la cancha, también ha seguido a equipos y deportistas locales a donde les toque competir: desde el automovilista Gastón Iansa hasta la primera del Club Deportivo.
“Lo que me mantuvo y por lo que pude conseguir tantas cosas lindas en el deporte es que Teresa (su esposa) es una cosa de locos, que me bancó siempre. Cuando era taxista llegaba y enseguida me iba a jugar. En la época de la carnicería dejaba a los empleados y me iba a dirigir. Mi locura en esta vida siempre fue el deporte”, resume.
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