Columnista |

El arte de generar confianza

La confianza se gana con profesionalismo y rigurosidad, sin que primen los intereses individuales ni corporativos.

Según la definición del diccionario de la Real Academia Española “confianza” es: esperanza firme que se tiene de alguien o algo, seguridad que alguien tiene en sí mismo, presunción y vana opinión de sí mismo. También ofrece una acepción particular para España, “confianza parlamentaria”: relación que une al Gobierno con la mayoría parlamentaria que lo sustenta y cuya pérdida determina su cese... (vale la pena releer). Y finalmente refiere a las personas (con quien se tiene trato íntimo o familiar, en quien se puede confiar) y las cosas (que posee las cualidades recomendables para el fin a que se destina). Para seguir en España, comparto un dicho popular: “la confianza da asco”. En esta página ya hablamos de las confianzas construidas y de las tácitas. Nadie le pide el registro de conductor profesional al chofer de un colectivo al subirse (ídem para taxis o remiseros); ni le hace un test de alcoholemia. Delegamos esos “controles”, porque damos por hecho que funcionan los sistemas institucionales de supervisión y control. Ya sean de responsabilidad de los Estados o de las instituciones y organizaciones privadas. Tampoco le preguntamos a nuestro médico en qué universidad estudió, ni en qué cátedra, ni cuál fue su promedio anual. En la frase: “¿tenés un plomero de confianza?”, podríamos cambiar al sujeto por un mecánico, un electricista, un dentista y otros varios más. Allí delegamos en otro de acuerdo a sus parámetros (de confianza), en un otro en el que nosotros confiamos... Se dice que la confianza es difícil de ganar y fácil de perder. Y cuando eso sucede (que se pierde) quedan esquilas de difícil cicatrización. Aún cuando el vínculo o la relación no se rompan, el ejercicio de la memoria condicionará el futuro. En estos tiempos de meta información, los riesgos por los que los medios de comunicación pueden perder credibilidad se multiplicaron, y generaron “esquirlas y no retornos” de lectores, televidentes, radioescuchas y cibernautas. La señora de la foto se llama Graciela Cruz García. Hace unos días se viralizó una triste historia por la que Graciela había ahogado a su marido mientras practicaban sexo oral haciendo la pose conocida como “69”. La noticia llegó a difundirse en los principales medios nacionales y provinciales de nuestro país. Tenía todos los condimentos necesarios: sexo, morbo, humor, ironía y tragedia. En algún diario de papel llegaron a consignar declaraciones textuales de la señora Cruz García: “todo iba bien, lo único extraño fue cuando mi marido empezó a patalear”. El análisis periodístico certificaba sus dichos: “pensando que el hombre gozaba lo estaba asfixiando, y no paró hasta alcanzar su orgasmo sin darse cuenta que ya era muy tarde para su marido”. Hasta aquí todo normal, ¿no? Se trataba de una de esas noticias “raras” que suceden en el mundo y que la vida on line de la información y comunicación hace global en pocas horas. Resulta que la realidad real era bien distinta. La foto de Graciela Cruz García es en realidad del año 2012. Y fue tomada en el momento de su detención. Graciela o “la tía” era una de las narcomenudistas más buscadas en la ciudad mexicana de Mérida. La historia del marido muerto era tan falsa como la foto que mostró Moreau en el Congreso donde se veía a un sargento porteño generando disturbios. Esa imagen era de 2017 y no era de la puerta del Congreso, sin embargo en la versión taquigráfica del discurso del diputado Moreau se lee: “este es uno de los seis individuos encapuchados, con rostro tapado y vestidos de negro para simular que son anarquistas. Pero a uno se le cayó el pañuelo y aparece acá este señor, que estaba provocando desmanes. ¿Quién es? El sargento Héctor Olivera, promoción 189 de la Policía Federal, traspasado a la Policía de la Ciudad”. Cada vez que suceden estos episodios sólo logramos más escépticos. Los que desconfían de la información disponible se multiplican día a día, en una espiral en la que perdemos todos los que intentamos hacer periodismo. Estamos ante una suerte de maldición bíblica: todos tenemos el pecado original. Y como pecadores debemos redimirnos para lograr ser luego creíbles, y mostrar credenciales todo el tiempo para salir de la media desconfiada y desconfiante. La confianza se gana con profesionalismo y rigurosidad, sin que primen los intereses individuales ni corporativos. En eso estamos. Buena semana.

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