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Las malas palabras

Las malas palabras en la educación de la Argentina son: esfuerzo, disciplina, rigurosidad, dedicación, evaluación. La inclusión por sí misma no es negativa, sí como se implementó en nuestro país. Por Ricardo Varela.

A propósito del título me permito recomendarte que busques en YouTube la presentación de Roberto Fontanarrosa en el Congreso Internacional de la Lengua celebrado en Rosario en 2004. Allí, el genial Fontanarrosa describía como pocos los alcances y significados de las malas palabras de una forma que probablemente está reservada solo a los grandes como él.

En realidad el objetivo de las malas palabras de éste editorial viene a cuento de otras malas palabras. Esta semana la Fundación Argentinos por la Educación publicó un trabajo de investigación de Mariano Narodowski que reflejó que solo el 16% de los chicos que empiezan termina la escuela secundaria en los tiempos esperados. El ingreso es masivo ya que más del 90% de los que terminan la escuela primaria entran al secundario.

Sin embargo, el problema cada vez más grave es la permanencia de esos estudiantes en la escuela y su egreso correspondiente, porque solo el 16% termina sus estudios en tiempo y forma. El trabajo también habla sobre la incapacidad que el 50% de los egresados (solo ese 16%) tienen para comprender textos simples y realizar operaciones matemáticas combinadas. Algunos pomposamente eligen llamar a esto “la tragedia educativa” o “el colapso de la educación”. Necesitamos de algún modo ponerle título a una situación alarmante para la que no alcanzan adjetivos.

Sin embargo parecemos estar cómodos con el diagnóstico y poco preocupados porque subyacen otros temas aparentemente más importantes que nos ocupan, que son tapa de diarios, motivo de análisis de panelistas todo terreno en programas de televisión y debate en redes sociales.

Sin embargo estamos con viviendo con un proceso de degradación que vos, tus hijos y tus nietos van a padecer. Leí estos días que en la provincia de Formosa se puede pasar de año con 19 materias previas; y de otra provincia que tiene promoción automática durante toda la escuela primaria (esto es, todos pasan de grado más allá de rendimientos y evaluaciones). En la ciudad de Buenos Aires está prohibido repetir primer grado, como otro ejemplo.

Las malas palabras en la educación de la Argentina son: esfuerzo, disciplina, rigurosidad, dedicación, evaluación. ¿Está prohibido repetir de grado? ¿Es más frustrante repetir “en tiempo y forma” o que el 16% de los que terminan la secundaria no entiendan lo que leen? No asumir esta situación está llevando a dos generaciones en un tren que termina en una vía muerta.

Durante muchísimos años se cuestionó a la escuela secundaria porque era elitista y por qué no atendía las necesidades de todos por igual. Así se impulsó una reforma destinada a lograr la inclusión, y en el nombre esa inclusión nivelamos para abajo. La inclusión por sí misma no es negativa, sí como se implementó en nuestro país.

El riesgo de quedarse atrapado en un falso debate con ideologíapolítica acerca de meritocracia sí o meritocracia no, solamente va camino a empeorar cada uno de los índices que sí se miden. Me pregunto si está mal evaluar. Si está mal ponerle mejor nota al que le va bien. Si hay otras formas de aplazar, reprobar o bochar para que no sea la única herramienta posible de recuperación para el que le va mal, y que vuelva a estudiar y a rendir hasta lograr el objetivo.

Con la excusa de que hay mucha de la información otrora memorizada a disposición en la web, dejamos a los niños y jóvenes a la deriva. ¿Por qué aprender de memoria los ríos de Europa si solo hace falta googlearlos? ¿Por qué sacarse un 10 dónde hay promoción automática? A la hora de poner nuestra vida en manos de un cirujano, ¿da lo mismo el que hizo una intervención, que el que hizo 100?

Cada uno de nosotros (ante esa situación extrema), pide referencias, averigua antecedentes pero probablemente nunca pida el título analítico con sus notas de cirugía general 1 y 2. Sin embargo, esa trayectoria que se construye está basada en una formación inicial que hoy ninguna universidad argentina está en condiciones de garantizar. Tan simplemente porque a sus aulas llegan alumnos que no pueden comprender lo que leen.

Es muy difícil asumir una realidad como la que describe sin riesgo de que se me señale políticamente de un lado u otro de la grieta. No me importa: “somos demasiado pobres para no invertir en educación”. El objetivo de lograr inclusión y de que todos los niños y jóvenes estén en las escuelas es loable y no debiera ser condicionante para que la calidad educativa baje; algo de lo que sucedió en ese proceso, estuvo mal implementado.

Los jóvenes de hoy son los futuros dirigentes de nuestro país; no solo un presidente, un diputado o un senador, son los que organizarán la sociedad civil en asociaciones intermedias, cámaras empresarias, pequeños emprendimientos e inclusive sus propias familias. La Argentina de hace 100 años era un modelo a seguir por todas los sistemas educativos de América Latina. Hoy nuestros evaluaciones de calidad están por debajo de la gran mayoría de los países del mundo. No podemos mirar para otro lado si queremos volver a tener un país con futuro.

Buena semana

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