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¿Por qué cambiamos?

Por Nico Varela (@nicoevarela).

Tratar el tema hoy es también una forma de reconocer que, probablemente, sea imposible generar un cambio verdadero desde esta humilde tribuna. Los verdaderos formadores de opinión salen primero, y más que de ningún otro lugar, de la Ciudad de Buenos Aires. Como pasó con el tema al que nos vamos a referir hoy. Como pasó también con los candidatos que vamos a ver hoy en la boleta. Todos los pretendidos representantes del pueblo de la Provincia de Buenos Aires —menos uno— viven indiscutiblemente en Capital. Crecieron ahí, sus hijos crecen ahí, son de ahí y no lo ocultan.

Pero como mucho más que eso no se puede decir respecto de los candidatos, me pareció una buena oportunidad para hablar de la boleta. En esta elección legislativa se usará por primera vez el sistema de Boleta Única de Papel, y me resulta inevitable hacerme preguntas al respecto. La primera y más evidente es, o debió haber sido, un simple: ¿por qué?

¿Por qué cambiar el sistema anterior? Se me ocurren algunas respuestas, la mayoría asociadas al concepto de “clientelismo” o, por la positiva, al concepto de “voto consciente”. Desde las tribunas de opinión porteñas se plantea, hace mucho tiempo, que la gente (principalmente del conurbano y de las provincias) no vota de forma consciente a sus dirigentes intermedios —especialmente a los que buscan cargos legislativos—, sino que estos son arrastrados por las figuras ejecutivas como intendentes, gobernador o presidente. O, mucho peor, que a las personas se les acerca la boleta hasta su casa para después obligarlas a llevar esa misma boleta al cuarto oscuro. La última, pero no por eso menos mencionada, es la del robo de boletas: la idea de que un grupo significativo de personas no va a poder votar al candidato o partido que desea por el solo hecho de que no había suficientes boletas en la escuela y, como consecuencia, va a cambiar su voto o votar en blanco.

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Decir que estas tres reservas sobre el anterior modelo de votación son ciertas es el boleto necesario para sentarse a la mesa del debate. Cualquiera que se anime a contradecir alguna de ellas es rápidamente expulsado de la discusión pública: se lo trata de ingenuo y se lo anula. No existe lugar en el debate televisivo para decir algunas de las cosas que voy a decir a continuación.

En principio, propongo conocer al árbol por sus frutos, y no por teorías que son sólo verosímiles, y no necesariamente son verdaderas. ¿Qué resultados arrojó el sistema de votación con boleta partidaria de papel? Por ejemplo, ese fue el sistema con el cual Mauricio Macri consiguió el resultado más inesperado de este siglo. Tras perder en las PASO y en las generales de 2015, le ganó por apenas un punto y medio al gobierno kirchnerista que llevaba doce años en el poder. Es más, dentro de ese kirchnerismo le ganó a quien venía de ser dos veces gobernador de la Provincia de Buenos Aires, la provincia del “aparato peronista”. Un punto y medio; y nadie pudo hacer nada al respecto para torcer esa voluntad popular. Con el mismo sistema, Néstor Kirchner se coló por la ventana a un ballotage que obligó a renunciar, meses después, a Carlos Menem, el presidente que más tiempo estuvo en el cargo en toda la historia. Con el mismo sistema ganaron elecciones Cristina Kirchner, Francisco de Narváez, Sergio Massa, María Eugenia Vidal, Esteban Bullrich, Alberto Fernández y Javier Milei, el actual presidente, que derrotó en una elección a los dos grandes partidos nacionales. Los frutos se caen de maduros: con ese sistema de votación ganaron y perdieron todos.

Pero eso no es todo. Porque no se trata de defender el sistema anterior, sino de no caer en una trampa retórica para cambiar el sistema que funcionaba por uno que, teórica y prácticamente, no funciona. De demostrar ambas cosas se ocupó el gobierno durante esta campaña. De forma práctica, quedó claro que es un sistema defectuoso tras la renuncia de José Luis Espert. En lugar de reimprimir de forma privada las boletas de su partido, La Libertad Avanza tuvo que pedir a la Justicia Electoral que reimprimiera todas las boletas de todos los partidos, y esto no se pudo hacer. En términos teóricos, la propia ministra de Seguridad se encargó de señalar el problema el último día de campaña: “No vayan a votar con celular”, recomendó. Nos hizo darnos cuenta de que uno podría, tranquilamente, decirle a un militante, a un empleado o a un hijo: “Después de marcar el casillero que te pido, mandame una foto que compruebe que lo hiciste”. Así de simple. El menos poderoso en cualquier relación no tiene forma de escapar a esa trampa: la foto o la consecuencia. Porque no hay dos boletas, porque las boletas se marcan una sola vez y, principalmente, porque no hay cuarto oscuro. La ministra de Seguridad nos hizo ver que el votante está completamente expuesto a presiones a la hora de elegir.

Por último, los invito a ver con sus propios ojos la decadencia final del pretendido “voto consciente”. En todos los casilleros van a ver a los candidatos del primero al quinto. Los demás no están. En el momento de elegir uno, ni aunque quisiera, podría saber quién está detrás de los porteños que pusieron al frente de las listas.

Hoy es la elección, no va a cambiar el sistema. Y si dependiera solo del impacto que puedan tener estas líneas, podemos dar por sentado que no va a cambiar nunca. Así que, más que intentar que se vuelva atrás, me gustaría dejar volar esta otra pregunta: ¿por qué?

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