Cualquiera puede comprender que el muro de Berlín no se cayó en un día. El 9 de noviembre de 1989 fue el final de un proceso que los historiadores pueden pelear por definir cuándo empezó, por lo que, sin miedo a equivocarnos, podemos decir que ningún cambio de paradigma se produce de un día para el otro.
Hay que hacer lo que hay que hacer
Por Nico Varela (@nicoevarela).
La revolución tecnológica es un presente continuo; está siendo hoy. Todavía no llegó el día en el que el muro se caiga, pero ya existen quienes quieren predecirlo. Hablan, por ejemplo, de un punto que alcanzaría la inteligencia artificial denominado "singularidad". El concepto se trata, básicamente, de una inteligencia artificial capaz de desarrollarse a sí misma. Pero considero — también un poco como expresión de deseo — que todavía falta tiempo para algo siquiera parecido.
Lo que no podemos negar es que muchas de las frases que recordamos como distópicas ya son parte del día a día más elemental. Decir que en un restaurante podemos encontrar grandes grupos de humanos con la cabeza mirando para abajo no es nada nuevo. Que un amigo nos haya dejado de escuchar a mitad de una frase por mirar una pantalla nos pasó a todos. Pero, si venimos un poco más acá, también podemos decir que hoy ningún humano que maneja puede ir a un lugar nuevo sin Google Maps, o que, evidentemente, falta muy poco para dejar de diferenciar imágenes reales de las hechas por la IA.
Por eso y por otras cosas, me resultan cada vez más tediosas las discusiones electorales en las que, además, la IA está inmersa desde hace muchos años. Recomiendo cualquier documental que se refiera a Cambridge Analytica, pero para no aburrir, vamos a resumirlo del siguiente modo. Hace más de diez años que los cerebros de Silicon Valley descubrieron que la mejor forma de despertar interacción es a través de las emociones. Cuanto más elementales esas emociones, más efectivos: me gusta, no me gusta, me divierte, me enoja. Me indigna.
Por eso, desde la aparición de Facebook hasta hoy, se pudo ver una radicalización de casi todas las posiciones ideológicas en todo el espectro político y filosófico. Hoy llegamos a un punto en que los debates parecen estar basados enteramente en eso: figuras públicas que recorren los canales de televisión de la capital buscando recortes donde se las vea agraviar, denunciar, pero, sobre todo, conseguir anular a algún candidato opositor. El único vector dentro del algoritmo medianamente propositivo es el de pelear por ser el más apasionado dentro de la corriente ideológica que se dice representar, aunque se sepa poco y nada al respecto.
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Esta semana, Lucas Pratto, autor de dos de los goles más importantes de la historia de River, confesó que de chico era un fanático enfermo de Boca. Como contraste, podría nombrar a Iván Marcone, capitán de Independiente durante la gestión de Grindetti, uno de los peores períodos de la historia del Rojo. Marcone llegó a Independiente casi retirado y hace tres años que forma parte del primer equipo porque "era hincha del Rojo desde chiquito". ¿Qué hincha de River cambiaría los años de Pratto en la banda por los años de Marcone en el rojo? Al fútbol no se juega siendo hincha; se juega trabajando de futbolista, entrenando, descansando. básicamente, metiendo la pelota en el arco como hizo Pratto primero en la Bombonera y después en Madrid.
En las campañas electorales de la era tecnológica, la discusión es ideológica y no pragmática. Más allá de las valoraciones personales, ¿puede Karen Reichardt explicar en qué consiste un SWAP? ¿Sabe Juan Grabois cómo generar empleo registrado y de calidad? ¿Queremos de entrenador a un hincha de Boca, o al mejor de la historia, aunque pueda ser — no sé — de Vélez? ¿Queremos de 9 a un hincha de Boca, o al mejor, aunque sea de Estudiantes?
Siento que, en ambos costados de "la grieta" (el gran invento de Cambridge Analytica), la degradación de la discusión política es la misma, y que, en consecuencia, perdimos algo del verdadero valor de elegir a nuestros funcionarios y representantes. La degradación de la discusión política, la falta de propuestas, la falta de resultados, las excusas, las operaciones, y toda esta agenda ligada a las emociones nos ha llevado a que las dos principales listas para la próxima elección, el 26 de octubre, tengan un contenido netamente cosmético.
Si no, ¿por qué alguien decidiría arruinar una vereda que, muy probablemente, fue embellecida durante uno de los tres gobiernos de Cristina Kirchner con un escrache que pone "CFK"? ¿Qué demuestra? ¿Para qué equipo juega?
Trabajar de político es difícil, y cuánto mejor se hace más ingrato parece. Los hospitales no llevan el nombre de quien los inaugura, y las cloacas no se ven. Por eso los hacedores de tales cosas están fuera de las dos listas principales, lejos de los focos y de las lapiceras que deciden el destino de la Argentina. Quizás sea hora de que dejemos de lado las pasiones ideológicas para elegir de una vez por todas a quienes sabemos que saben hacer lo que hay que hacer para que pasen las cosas que queremos que pasen.