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Correo desde Madrid: "Un baño de humildad futbolera"

Del orgullo por nuestras glorias a la vergüenza por nuestras miserias futbolísticas. Cómo nos ven los españoles.

Me atrevo a decir que el nivel de consumo de fútbol acá en España es similar al de la Argentina. Los muchos futboleros españoles siguen a sus equipos, miran otros partidos y van bastante a la cancha (de local y de visitante, sin miedo a los barrabravas). Los debates en la radio y la TV son encarnizados. Nótese que hablo de consumo y de no de pasión, porque ahí está claro que nuestra locura, con lo bueno y con lo malo, es difícil de igualar. Pero, en cualquier caso, aunque tengamos acentos distintos, podemos conversar en el idioma de la pelota.

Ese terreno común es una suerte a la hora de entablar relaciones con los españoles, pero también implica la carga de tener que lidiar con opiniones y comentarios que suelen estar muy equivocados. Por ejemplo, me la paso escuchando a hinchas del Real Madrid que dicen que Cristiano Ronaldo es mejor jugador que Messi, al cual, según ellos le regalaron un Mundial y no sé cuántos balones de oro. Yo trato de explicarles que Messi no tiene comparación no solo por su capacidad goleadora sino por sumarle a eso la gambeta, la asistencia y el aporte sostenido a sus equipos que lo hicieron el más ganador en términos individuales y colectivos, con Qatar 2022 como hito indiscutible. Pero ellos insisten en que el fútbol se trata de hacer goles y que el que más goles hizo es Cristiano.

En ese punto ya los acuso de resentidos: que no aceptan la corona de Messi porque en el Barcelona los tuvo de hijos toda la vida y porque jamás quiso jugar para la Selección de España, a pesar de los múltiples ofrecimientos que tuvo desde la adolescencia. Insisto en que para ellos es una tragedia, porque si Messi no se hubiera obstinado tanto en vestir la celeste y blanca, hoy España tendría uno o dos mundiales más. A veces voy un poco más lejos: los cargo con que a Messi en España nunca podrían haberlo criticado por no cantar el himno (el himno de España no tiene letra, y suele ser objeto de burla en la “pica” entre países).

Pero entre tanta fanfarronería y tanto andar mostrando el tatuaje de la tercera estrella que tengo en la pierna, en estos días pasó lo que tanto temía. La noticia del título de escritorio que ganó Rosario Central con Ángel Di María (que fue figura en el Madrid) cruzó el océano. Y entonces empezaron las preguntas: “¿Pero cómo es eso de que le habéis regalado un título a Di María?”

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Contra las cuerdas, tuve que tragarme mi discurso de superioridad futbolera y empezar a dar detalles pudorosos. Que tenemos un torneo mamarracho de 30 equipos, que la AFA obligó primero a Estudiantes a hacer un pasillo de honor y luego lo sancionó con una resolución inventada, que hay un personaje llamado Chiqui Tapia que tiene un club al que hizo ascender meteóricamente, que el Presidente Milei está tan metido en la pelea que se saca fotos con la camiseta del Pincha hasta cuando recibe a delegaciones del exterior y que de fondo está la puja por el ingreso (o no) de capitales privados a los clubes. Fueron relatos de largos minutos porque había mucho contexto que explicar y para ellos resultaba un universo demasiado lejano.

Tener que contar nuestras miserias fue un necesario baño de humildad. Pero tuve una redención. Un editor del diario El Mundo me preguntó cómo había sido la cobertura de la muerte de Maradona. Yo le conté que en aquel noviembre de 2020 en El Diario Sur hicimos un repaso de historias de Diego en nuestra región, con la voz de vecinos que tuvieron trato con él. Me acuerdo que abundaron los testimonios, porque Diego, con su carisma y su calidad humana, dejaba un tendal de anécdotas por donde pasaba. Mi favorita, la de San Vicente, cuando llegó de sorpresa al Club Deportivo para jugar un partido de futsal en 1991 y después se quedó a comer y se llevó de regalo dos damajuanas de un vino de mesa que le gustó. El editor escuchó la historia embobado. Flipó, como dicen ellos.

Al final de la semana creo que quedamos a mano.

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