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Otro presidente en problemas

No hay Milei invencible y si hubo luna de miel está agotada. Es simplemente un presidente argentino post 2011.

En pocos meses la política pasó de ver a Milei como un cuco invencible, que tenía derecho a maltratar a todo el mundo porque gozaba del favor popular, a detectarlo como un líder débil, que puede perder las elecciones y tener por delante dos años de “toser sangre”, como deseó Menem para el final de Alfonsín. Va todo demasiado rápido, ¿no? De analizar los rasgos autoritarios de la nueva derecha y caracterizarlo como un riesgo para la democracia a la nueva victimización oficialista que ve intentos “golpistas” en la oposición.

¿Cómo se llegó a esto? A grandes rasgos, el Gobierno habló todo el año de que iba a ganar por paliza las elecciones de octubre y ató a esa victoria supuestamente segura las expectativas sobre su plan económico. Los escándalos por supuesta corrupción en el entorno presidencial seguidos por la terrible derrota de La Libertad Avanza en la provincia de Buenos Aires -con Axel Kicillof como inesperado arquitecto- corrieron un velo. No hay Milei invencible y si hubo luna de miel está agotada. Es simplemente un presidente argentino post 2011: al igual que a Cristina en su segundo mandato, Macri o Alberto, le toca administrar un país en declive, con una economía que no tiene crecimiento real hace una década. Su popularidad va a tender a la baja.

Con dólar barato o caro, con inflación alta o altísima, con la salud y la educación en caída, con las reservas del Banco Central hechas pelota, con endeudamiento o con emisión: el Sillón de Rivadavia es una trampa y el que agarra el bastón termina fracasando. Los mandatos presidenciales se dividen en dos años de tratar de ejercer el poder y dos años de llegar arrastrándose al cambio de mando del 10 de diciembre. Con un notorio “de mal en peor”. Cristina entregó el poder entera (aunque su candidato perdió y ella se negó a la ceremonia de traspaso de mando), Macri perdió la reelección, Alberto ya no se pudo presentar a la relección y ni siquiera ejercía el mando en el tramo final de su mandato.

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"Paradójicamente, ahora que Milei ya no grita, el que se radicaliza es el ministro de Economía Luis Caputo".

"Paradójicamente, ahora que Milei ya no grita, el que se radicaliza es el ministro de Economía Luis Caputo".

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Milei y los suyos eran híper conscientes de esta inercia histórica y por eso pretendieron romperla. Tenían la ventaja de haber hecho campaña con la motosierra y que el trauma inflacionario de los últimos meses de Massa como ministro era demasiado grande. Así que la gente “bancó” el ajuste. Se impusieron a los gritos, con decretazos y gestionando apoyos parlamentarios para sus iniciativas. Con el látigo y sin la billetera. Los periodistas y dirigentes críticos miraban azorados. Los gobernadores hacían silencio porque la ola era violeta. “Al fin un presidente que ejerce el poder”, lo elogiaban desde ambos lados de la grieta, ante el contraste con el fiasco de un Alberto que no fue ni títere ni albertista.

Pero el porrazo de la elección bonaerense, el tembladeral con el dólar y las reservas del Banco Central y los problemas detectados en encuestas y focus group lo sacaron del modo “macho alfa” y le domaron un poco la peluca. En el Gobierno ahora dicen que quieren hacer acuerdos con gobernadores dialoguistas, Milei dejó de insultar y hasta hizo gestos para las áreas de salud y educación en la presentación del nuevo presupuesto. La impresión es que el loco está dejando de acelerar en las curvas.

Pero, paradójicamente, ahora que Milei ya no grita, el que se radicaliza es el ministro de Economía Luis Caputo. No solo en sus comentarios políticos (dijo que las únicas alternativas en el país son el “comunismo” o “lo que nosotros estamos haciendo”), sino en sus apuestas de cara al mercado. No fue suficiente con el “comprá campeón”, sino que ahora subió la apuesta: “Vamos a vender hasta el último dólar en el techo de la banda. Hay suficientes dólares para todos”. No importa mucho lo que diga, sino la percepción de crisis y desesperación, porque los argentinos tenemos, lamentablemente, demasiada experiencia. En ese barco estamos.

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