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La inteligencia no es artificial, no se compra ni se vende

Por Ricardo Varela.

Los primeros días de junio participé del congreso que FOPEA organizó en la Universidad Blas Pascal cordobesa. Allí casi 400 periodistas de todo el país aprendimos y debatimos sobre el impacto con el que la inteligencia artificial (IA) amenaza a medios y periodistas.

¿Cómo definir al “monstruo” en lenguaje liso y llano?

La IA es una combinación de algoritmos creados por sistemas informáticos que buscan lograr las mismas capacidades de los seres humanos. Se trata de una tecnología que, de distintas formas, está hace años presente en nuestro día a día.

Los principales objetivos de la IA se pueden enumerar: a) crear sistemas analíticos que tengan un comportamiento razonable, b) que puedan aprender de forma independiente, c) que hagan predicciones y d) que construyan hipótesis basadas en matrices de datos (dados). Así las máquinas podrán aprender experiencias, adaptarse y tener conductas similares a las que tendría un ser humano, con la enorme ventaja de una capacidad de almacenamiento (y procesamientos) ilimitada.

En Córdoba conviví con muchos colegas a los que la IA les genera pánico. Creen que es el fin de su trabajo y la partida de defunción de los medios de comunicación tal como los conocemos hasta hoy. Algo apocalíptico, asemajable a lo que vivieron hace algunas décadas los libros impresos con la irrupción de la tecnología digital (en distintas formas y formatos). A los presentes les recordé que uno de los principales problemas de los editores en la Argentina de 2023 no pasa por el contenido o el costo (y hasta eventualmente su financiamiento), sino por la falta de papel… .

Algunos de los desarrolladores y académicos de la IA alertaron que su riesgo es equiparable “al de bomba nuclear”. Temen que el tsunami de información a disposición en forma indiscriminada atente contra la paz mundial. Son los que piden a gritos alguna especie de regulación internacional. Y plantean que los sistemas de aprendizaje automáticos de las máquinas no son del todo confiables y que herramientas como ChatGPT (el más difundido en todo el mundo) no resistiría un chequeo (serio) de datos. Otros señalan que solo el “ojo humano” evitará las huellas y los sesgos negativos (racismo, xenofobia, homofobia y otros tipos de discriminación) de ciertos algoritmos. Estos creen que los periodistas podrían “delegar” en los recursos que ofrece la IA para sacarse de encima tareas rutinarias y tediosas (como desgrabar o editar una entrevista) para ganar tiempo para investigar, analizar y crear.

En este debate pocos hablan de la creatividad, la sagacidad periodística, el talento de una buena pluma, o la empatía a la hora de informar. Ni hablar de interpretar, interpelar a los protagonistas en la búsqueda de la verdad o investigar variables indeterminables para cualquier programador.

¿Qué sería de Google o Facebook sin miles de millones de colaboradores que (conscientemente o no) nutren segundo a segundo sus plataformas con información y datos? Es común escuchar “hoy todo está en la web”, sin embargo debiéramos saber que “está todo” lo que alguien (o algunos) decidieron (y/o deciden) que esté.

El día que todos redactemos una nota sobre un mismo tema que resuelva exclusivamente mediante IA, ¿quién la leerá? ¿Que crédito y verosimilitud tendrá? Como ejemplo basta con preguntarnos: ¿cómo funciona el Chat GPT? Responde tus preguntas analizando palabra por palabra el modo en el que las formulás, procesando el texto y devolviendo la respuesta que mejor se ajuste al cuestionamiento según toda la información que (sobre ese tema) tenga a disposición. ¿Es siempre la correcta? No necesariamente, pero sin embargo tiene la enorme capacidad de aprender de sus “errores” y de procesar tus propias valoraciones negativas sobre la respuesta esperable. En síntesis, el “monstruo” sigue retroalimentándose de quienes le temen, y usa su inteligencia natural para convertirla en artificial.

Como reflexión final te invito a completar las siguientes frases.

La compañía de taxis más grande del mundo no tiene ni solo un taxi:

La empresa hotelera más grande mundo no tiene ni una habitación, ni ningún hotel:

El shopping más grande del mundo no tiene ningún local a la calle, en ninguna ciudad:

¿Acaso desaparecieron los taxis, los hoteles o alquileres temporarios y la comercialización de marcas globales?

Buena semana.

Leé también: ¿Condenados al éxito o simplemente condenados?

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