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Ser fuerte con los débiles y sacar pecho

Por Manuel Nieto (@NietoManuelOk).

Ni Cristina Kirchner, ni Axel Kicillof, ni los gobernadores peronistas del interior, ni Guillermo Moreno. Ni Mauricio Macri, ni Horacio Rodríguez Larreta. Ni la Justicia, ni los empresarios prebendarios, ni los grupos que concentran mayor poder económico. Ni siquiera “la casta”, ese concepto difuso pero efectivo que utilizó Javier Milei para etiquetar a todo el que se le oponía. Tampoco los medios de comunicación, en tanto empresas con intereses propios que intervienen en la realidad del país. No, ninguno de ellos es el principal enemigo del gobierno que lleva un año y medio en el poder y encara una campaña electoral decisiva: los enemigos son los periodistas.

El slogan de moda entre los libertarios en las redes sociales y que reproduce el propio Presidente de la Nación es “no odiamos lo suficiente a los periodistas”. Según dejan trascender desde el propio gobierno, está planteado como una estrategia. El objetivo es atacar a los periodistas para acelerar su desprestigio ante la sociedad y así “levantar” a los influencers libertarios de las redes y favorecer la “comunicación directa”, sin intermediarios, entre el líder y el pueblo (digital).

Es una táctica populista en toda regla como la del kirchnerismo en su época del “vamos por todo” y la ley de medios y los escraches a periodistas. Pero, al estilo de Milei, es más descarnada. La diatriba no es contra las empresas periodísticas sino directamente contra los periodistas. Y ahora ya no se limita a figuras de peso del estilo de Marcelo Longobardi o Jorge Fontevecchia, que tienen espalda para defenderse y ya han sobrevivido a los ataques de otros gobiernos. Ahora también va contra profesionales de menor peso e incluso contra los que están en la base de la pirámide.

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Un ejemplo de esto es el del reportero gráfico de Tiempo Argentino que le sacó fotos a Santiago Caputo en el debate de candidatos a legisladores de la Ciudad. La reacción del asesor todopoderoso fue agarrar el carnet que le colgaba al fotógrafo y hacerle una foto para registrar su nombre. Entre sus amplios ámbitos de injerencia, Caputo maneja la Secretaría de Inteligencia, la ex SIDE. El fotógrafo Antonio Becerra, por su parte, es colega de Pablo Grillo, que lleva semanas internado por comerse un tiro de la Policía en la cobertura de una marcha en el Congreso.

Claro que para que no paguen justos por pecadores hay que decir que en el periodismo, como en todas las profesiones, especialmente en aquellas cercanas al poder, hay personajes “vivos”, que ejercen su tarea de forma “non sancta”. También hay demagogos y amarillistas. Muchos de ellos no reciben ataques de Milei justamente porque están de su lado. Y ciertamente el reportero gráfico de Tiempo Argentino no forma parte de ninguno de los dos grupos. Por el contrario, es el eslabón más débil de la cadena, un laburante que hace su tarea con compromiso.

Yo no sé qué percibe de todo esto la opinión pública que no está contaminada por el exceso de información que sufrimos los que trabajamos en medios de comunicación. Pero sí puedo decir lo que yo veo en estas escenas: un niño rico y salvado al que le gusta jugar a la política, Santiago Caputo, atacando con violencia simbólica a un trabajador que saca fotos para vivir. Sería como si Mauricio Macri se pusiera a insultar a un recolector de basura porque no le gusta su estilo para levantar las bolsas de residuos, o como si Cristina Kirchner maltratara a su empleada doméstica. Con ellos serían escándalos mayúsculos. Milei y Caputo, por el contrario, sacan pecho de su crueldad. Antes daba vergüenza ser fuerte con los débiles.

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