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Aquellos necios

La estación de trenes de Constitución comenzó a construirse en 1864. Por aquel entonces el estilo victoriano y renacentista contrastaba con la tierra y las carretas, sin embargo sucedió.

Hasta 1930 la estación fue incorporando nuevas obras destinadas a dar respuestas a su crecimiento y demanda: nuevos ramales, nuevo hall y espacios públicos, más transporte de carga y pasajeros.

Como senador del estado de Buenos Aires a fines de la década de 1850, Domingo Faustino Sarmiento pidió una garantía para un préstamo de 800.000 pesos para ampliar el ferrocarril que sus colegas políticos consideraban excesiva. Sarmiento respondió indignado: "no he de morirme sin ver empleados en ferrocarriles, y para eso no se precisan ochocientos mil, sino ochocientos millones de duros!”. Los senadores se empezaron a reír, y Sarmiento pidió que sus risas constaran en las notas del taquígrafo: "Porque necesito que las generaciones venideras sepan que, para ayudar al progreso de mi país, he debido adquirir inquebrantable confianza en su porvenir. Necesito que consten esas risas, para que se sepa también con qué clase de necios ha tenido que lidiar”.

No se trata de una lección de historia, ni de la reivindicación, que no estaría ciertamente de más, de una de las figuras emblemáticas de la construcción de la Argentina. Sí, de poner en "escala de época" la epopeya que significó impulsar la red ferroviaria cuando había, seguramente, muchas necesidades "más urgentes".

Recuperar este tiempo de la historia es de una actualidad que asusta. Lo urgente y lo importante no siempre van de la mano, y muchas veces la urgencia se presenta con una "violencia" que nos puede confundir. Vivimos en ciudades donde no están consolidadas las redes de agua y cloacas, por ejemplo. Seguramente porque siempre aparecieron urgencias de coyuntura y también porque no sobraron los "Sarmientos" en nuestra historia, que estuvo construida por dirigentes que no siempre estuvieron a la altura. La diferencia la hicieron y la harán los que tienen un proyecto que excede al interés personal, chiquito y mezquino. Dotar de una red de cloacas y agua a una ciudad es una obra cara, larga y no se ve. Entre la urgencia y la mezquindad supimos conformarnos con administradores y no reclamamos estadistas, o con simples lectores de encuestas y no con quienes se formaron para conducir un futuro mejor.

Así las cosas, todos opinamos y sabemos de casi todo. Tenemos idea, opinión formada (o algún amigo que sí sabe), para casi todos los temas, situaciones y necesidades que puedan surgir.

Brindo por dirigentes, en el orden e institución que sean (intendentes, presidentes de clubes, countries, sociedades de fomento, etc.) con rigurosidad, planificación, estudio y proyecto. Y también porque no se cansen de tener que lidiar con los necios de la época.

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