Edición Impresa | Opinión | Manuel Nieto | Política

Los viejitos piolas

Por Manuel Nieto (@NietoManuelOk).

“Buscad el reino de Dios y su justicia y el resto se os dará por añadidura” (Mateo 6-33)

Jorge nació en Buenos Aires en 1936, en el seno de una familia de inmigrantes italianos. La “tanada” lo acompañó durante toda su vida: irrupciones de carácter fuerte en el medio de su paz sacerdotal. José nació en Montevideo en 1935, descendiente de vascos que habían llegado a Uruguay en 1842. No quedan dudas sobre su sangre vasca: terco, porfiado, cabeza dura.

Con apenas un mes de diferencia, el mundo acaba de perder a estos dos chicos nacidos en la década del 30, criados sin televisión en casa, que en pleno siglo XXI se volvieron gurúes globales, protagonistas de documentales de Netflix, figuras de memes y de imanes en las heladeras. Cada uno en su quintita: Bergoglio en la Iglesia Católica; Mujica en la izquierda internacional, con el mote de “el presidente más pobre del mundo”.

A Pepe le tocó gobernar Uruguay, un país pequeño, sin petróleo ni minerales que lo pusieran en el centro del escenario internacional. Y, sin embargo, construyó una autoridad moral universal. No solo por la humildad con la que vivía —un croto entre palacios—, sino por la sabiduría de su mensaje. Y por representar el paso de un militante que abjuró de su pasado guerrillero y se embanderó con la democracia.

Bergoglio agarró el Papado en su pico de desprestigio, manchado por la corrupción, con fieles y credibilidad en caída. Y, sin embargo, su figura de cura de pueblo, su sabiduría, su cara de abuelo bueno y su humor, fueron las herramientas con las que captó la atención del mundo. Sin gurúes del marketing que le dijeran cómo “posicionarse”, encaró las reformas para tener una Iglesia más abierta, a la altura de las demandas de la sociedad actual. Y no se cansó de pedir una y otra vez por un mundo menos desigual, por más atención para los pobres, para los migrantes, para los descartados.

Los dos tuvieron una sintonía especial desde su primer encuentro. Y hasta planeaban una despedida para este año. “Este viejo es más comunista que yo”, dicen que dijo Pepe tras una visita al Vaticano. “Es un tipazo”, lo definió el Sumo Pontífice en una entrevista.

Leé más:

No habrá otro igual

A ambos les tocó alcanzar sus máximas responsabilidades siendo ya ancianos y, a la vez, mostraron en ese rol sus formas más valiosas, las definitivas, luego de décadas de luchas hacia afuera pero también hacia adentro, contra sus indomables personalidades.

Mujica se convirtió a la democracia en el sentido de la conversión a una nueva fe, luego de haber tomado las armas y, como consecuencia, haber pasado 12 años en prisión en condiciones infrahumanas.

"Lo que quiero es despedirme de mis compatriotas. Es fácil tener respeto para los que piensan parecido a uno, pero hay que aprender que el fundamento de la democracia es el respeto a quienes piensan distinto. Por eso, la primera categoría son mis compatriotas y de ellos me despido. Les doy un abrazo a todos", sostuvo el ex caudillo tupamaro en uno de sus últimos mensajes. No habló de la revolución ni del combate a los movimientos de ultra derecha que ganan terreno en todo occidente. Buscó, en cambio, llevar un mensaje humilde para sus tres millones de vecinos, incluidos los que estuvieron en el bando que lo encerró y lo torturó.

Bergoglio también llegó a su mejor versión cuando dejó de ser el ejemplar pero severo cardenal porteño para convertirse en el entrañable y cercano Francisco. Su papado, como el gobierno de Mujica, tuvo algo de contracultural: gente, sin maquillaje ni redes sociales, que le hablaban al mundo con frases simples y profundas. No necesitaban impostar cercanía. Eran así. Hombres de otra época que decían una cosa y hacían la misma cosa.

Comenzaba esta columna con la cita bíblica en la que Jesús indica que hay que buscar “el Reino”, que lo demás vendrá “por añadidura”. Independientemente de si se tiene o no fe o en qué se crea, la frase suele interpretarse como una invitación filosófica a perseguir ideales y tratar de encontrar un sentido superador al de las preocupaciones materiales más mundanas. Bueno, es discutible. Me podrán decir que a ninguno de nosotros nos dio de cenar el milagro de los panes y los peces. Pero estos dos viejitos piolas parece que lo lograron con creces. Vivieron al servicio de una causa más grande que ellos. Encontraron, cada uno a su modo, el Reino.

Dejá tu comentario