Columnista | No saben lo que hacen | Nico Varela | Canning

No saben lo que hacen

Por Nico Varela (@nicoevarela).

Antes de ponerme a opinar de los temas que tocan esta semana y las próximas, considero que es deber presentarme para minimizar la sorpresa de quienes se animan a seguir estas líneas viendo que ya no es mi querido Manu el que las escribe.

Tengo 32 años, un hijo en preescolar, y soy hincha de Independiente. Vivo en Monte Grande hace ya 12 años, después de dejar la casa de mis papás en Canning, Esteban Echeverría, a donde llegué con mi familia cuando tenía seis.

Gracias a mi madre y su cariño, mi padre y su sacrificio, tuve una infancia inmejorable. Siempre fui inquieto, curioso y competitivo, por eso desde el primer día que pisé El Sosiego supe que estaba en mi lugar en el mundo. Sé que le escribo a muchos vecinos y vecinas que hoy viven en country, pero también a otros que no, por eso soy consciente del privilegio que tuve en mi segunda infancia y hoy mirando atrás me doy cuenta que le saqué todo el jugo que pude, honrando de la forma más honesta lo que “la vida” (mis viejos) me había proveído. Me fui de El Sosiego a los veinte años sabiendo jugar al tenis, al básquet, al pádel, hasta incluso un poco de golf. Jugué 14 años en FACCMA vistiendo la negra y oro, consiguiendo junto a mis compañeros un título de Macabeada Internacional en el año 2005. Pero eso no fue lo mejor. Lo mejor que tuvo mi infancia en Canning fue el grupo de amigos con el que compartí no solo el equipo de fútbol, sino también todas las etapas formativas de la vida que llevan a un niño de 6 a convertirse en un joven adulto de 20. Puede ser casualidad o destino, no lo sé, que hoy me toque presentarme sacando del cajón recuerdos que tenía bien frescos, porque me fueron necesarios para abordar uno de los temas destacados de la semana.

El domingo pasado -en un fin de semana sin fútbol por la lluvia- la comunidad de Canning se vio consternada por la aparición de un video donde se ve a un grupo de alumnos del colegio Humanos de Canning en su micro de egresados que los llevaba a Bariloche, cantando una canción repudiable, ordinaria y sobre todo muy ignorante. “Hoy quemamos judíos”, decía.

Yo no soy judío, pero soy de Canning. Eso significa que sé de lo que están hablando, y sé primero y antes que nada, que ellos no. No saben de lo que están hablando, no saben lo que realmente significa cantar algo así, y a continuación les voy a decir por qué y cómo lo aprendí.

Leé más:

Abro un paréntesis

La primera vez que entré a El Sosiego fue en 1999 pero lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Mis papás me llevaron a la colonia de fin de semana y me introdujeron a un grupo de chicos completamente nuevo, que además en muchos casos venían con lazos desde nacimiento o incluso anteriores por sus padres. Como en todo grupo nuevo fui blanco de muchas preguntas, curiosidad, algún que otro rechazo, supongo, porque tanto no me acuerdo. Pero de lo que sí me acuerdo es del momento en que una nena de nombre Tatiana me preguntó: ¿Sos judío? El recuerdo me quedó clavado porque probablemente no sabía de lo que me estaba hablando, pero un poco sí, o no sé, pero no me olvido que me quedé callado tímido hasta que finalmente respondí que no. Ahora imagínense ustedes. Diez o doce chicos de 5 y 6 años tratando de entender las diferencias entre ser judío y ser católico. Ahora les pregunto ¿saben cuánto duró esa conversación? Solo un día. Ese día. Los profesores detectaron lo que pasaba, se acercaron y nos explicaron de forma simple qué significaba que no compartamos religión. Que era algo que venía de tradición familiar, que cada uno tenía la suya, y que no nos definía como personas. Y eso es todo el recuerdo que tengo. Fue literalmente el primer día de una relación que duró más de 14 años y sigue viva hasta hoy. Jugando al fútbol con esas personas nos hemos agarrado a piñas, nos hemos insultado de formas horribles a nuestras madres, nos hicimos llorar, nos hicimos reír, nos consolamos, nos animamos a tener la primera novia, el primer corazón roto, la primera diferencia política. Nos unimos y nos peleamos cientos de veces como hacen los chicos que crecen juntos, como hacen los hermanos. Jamás, ni en una sola de todas esas, la religión estuvo metida en el medio.

Por eso me animo a decir, sin conocer a ninguno, que los chicos que cantaban esa canción no sabían lo que decían. Que cuando el problema es cultural y de construcción de valores, siempre y en todo lugar, es culpa de los adultos. Y en este caso de los adultos presentes en ese microclima que era el micro de Bariloche.

La semana que viene les contaré cómo ese joven curioso que creció en un country se fue solito a los veinte a conocer la vida deportiva fuera de los barrios privados, pero les anticipo que el fondo es el mismo. Estoy convencido de que conocernos, integrarnos en las diferencias, encontrarnos cara a cara lejos de las burbujas de violencia o microclimas virtuales sesgados por los algoritmos, es el único camino para que volvamos a brillar como una de las regiones más lindas de Buenos Aires. Porque como dijo una vez un poeta que me gusta: la raza humana es un crisol, y el que no pueda ver belleza en eso no merece ver el sol. Y mucho menos cuando brilla fuerte en Canning los fines de semana.

Dejá tu comentario